Por.- David R. Chacón Rodríguez
Habiendo
comprendido de los inconvenientes de su educación defectuosa, al cumplir los 16
años, el joven Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar va a
España a solidificar su cultura. En su Caracas natal había adquirido los
rudimentos básicos para continuar sus estudios superiores. La educación de
Bolívar en esta primera etapa de su vida, estuvo a cargo de varios maestros:
Fernando Vides, Carrasco, el Presbítero José Antonio Negrete, Guillermo Pelgrón (Lengua
latina y Gramática), Simón Narciso Rodríguez (Maestro Principal de Primeras
Letras de Caracas), Andrés Bello (Literatura y Geografía), Fray Francisco de
Andújar (Matemáticas) y su pariente el Padre Sojo. Su madre no escatimó en
gastos para darle a su hijo una buena educación. De todos los maestros citados,
Simón Rodríguez, quien se ausentó del país a finales de 1797, fue el que más
influyó en su formación, y así lo reconoció Bolívar en varias oportunidades. A
pesar de todo, en ese momento, su formación era muy deficiente, desordenada y
dispersa, debido a sus orfandad, y a que Carlos, su tutor, no supo canalizar su
inquieto espíritu, prueba de ello es la carta que envía a su tío Don Pedro
Palacios y Sojo, desde el Puerto de Veracruz en México, 20 de marzo de 1799, donde la nave tuvo que detenerse, en ella dice textualmente:
Estimado tío mío: Mi llegada a este puerto
ha sido felismente, gracias a Dios: pero
nos hemos detenido aquí con el motibo de haber estado bloqueada La Abana, y ser
preciso el pasar por allí; de sinco nabíos y once fragatas ingleces. Después de haber gastado catorce días en la
nabegasión entramos en dicho puerto el día dos de febrero con toda
felicidad. Hoi me han susedido tre(s)
cosas que me an complasido mucho: la primera es el aber sabido que salía un
barco para Maracaibo y que por este condudto podía escribir a usted mi
situasión, y participarle mi biaje que ice a México en la inteligencia que
usted con el Obispo lo habían tratado, pues me allé haquí una carta para su sobrino el Oidor de
allí recomendándome a él, siempre que hubiese alguna detención, la cual lo
acredita esa que le entregará usted al Obispo que le manda su sobrino el Oidor,
que fue en donde bibí los ocho días que estube en dicha ciudad. Don Pedro Miguel de Hecheberría costeó el
biaje, que fueron cuatrocientos pesos poco más o meno(s), de lo cual
determinará usted, si se los paga aquí o allá a Don Juan Esteban de Hechesuría
que es compañero de este Señor a quien
bine recomendado por Hechesuría, y siendo el condudto el Obispo. Hoi a las once de la mañana
llegué de México y nos bamos a la tarde para España y pienso que
tocaremos en la Abana porque ya se quitó el bloqueo que
estaba en ese puerto, y por esta razón a sido el tiempo mui corto para haserme
más largo. Vsted no estrañe la mala
letra pues ya lo hago medianamente pues estoi fatigado del mobimiento del coche
en que hacabo de llegar, y por ser mui a la ligera ()
la he puesto mui mala y me ocuren todas las espesies de un golpe. Expresiones a mis ermanos y en particular a
Juan Visente que ya lo estoi esperando, a mi amigo Don Manuel de Matos y en fin
a todos a quien yo estimo.
Su más atento serbidor y su yjo.
Simón Bolívar.
Yo me desenbarque en la casa de don José
Donato de Austria el marío de la
Basterra quien me mandó recado en cuanto llegué aquí me fuese a su casa y con
mucha instancia y me daba por razón que no había fonda en este puerto.
Como puede verse, esta
carta es totalmente autógrafa y aunque escribe
con letra clara y legible, su ortografía difiere bastante de las personas cultas
de la época, no debemos olvidar que para ese entonces la Real Academia de la
Lengua no había fijado normas sobre esta materia. Sin embargo, en ella se
aprecia que Bolívar empezó a corregir la carta superponiendo una c a la s en la palabra onse; lo
mismo hizo con catorse, y donde
escribió dentramos, tachó la d inicial, dejando entonces entramos.
El destinatario, su tío materno Pedro Palacios
Blanco (1769-1811), se encontraba en Caracas haciendo los preparativos para
embarcarse a España con el fin de reunirse allí con su hermano Esteban y su
sobrino Simón.
Es conveniente aclarar que siguiendo una costumbre
muy arraigada en la época, él solía firmar con los dos apellidos de rama
materna, Palacios y Sojo, aunque realmente era Palacios y Blanco.
De
allí pasa a la corte de Madrid para encontrarse con su tío Esteban Palacios y
el Marqués de Ustariz, el sabio y bondadoso patricio que dirigió sus estudios
de manera ordenada y metódica, ilustrándole en la diaria conversación en los
vastos temas relacionados con las ciencias morales y políticas, obligados en su
época.
Las
disposiciones que tenía para instruirse las narra su tío Pedro en carta que
dirige a Carlos Palacios, el 22 de agosto de 1799, diciendo: sigue con gusto y exactitud el estudio de la
lengua castellana, el escribir en que está muy ventajoso, el baile, la historia
en buenos libros y se le tiene preparando en el idioma francés y las
matemáticas.
Otra
referencia nos las da el oficial de la
marina norteamericana Hiram Paulding al recordar su ya lejana niñez. Allí demuestra el entusiasmo de Bolívar por las
historias de Grecia y Roma y el ejemplo de la revolución de los Estados Unidos
que inflamaron su inquisidora mente juvenil depositando en ella las simientes
de las ideas que emanciparon a su patria.
En
medio del ardor de su juventud, en casa del marqués de Ustáriz, Bolívar conoce
a una bella y atractiva joven llamada María Teresa, Josefa, Antonia Joaquina Rodríguez del Toro y Alayza, quien
le roba el corazón y según sus propias palabras era una joya sin tacha, de inestimable valor.
Poco
tiempo después, el 30 de septiembre de 1800, desde Madrid, le pide a su tío Pedro Palacios y Sojo que
formalice su petición:
No
ignora Usted que poseo un mayorazgo
bastante cuantioso, con la precisa condición de que he de estar establecido en
Carácas, y que á falta mía pase á mis hijos, y de no, á la Casa de Aristeiguieta:
por lo que, atendiendo yo al aumento de mis bienes para mi familia, y por haberme apasionado de
una Señorita de las más bellas circunstancias y recomendables prendas, como es
mi Señora Doña Teresa Toro, hija de un
paisano y aun pariente; he determinado contraer
alianza con dicha Señorita para evitar la falta que puedo causar si
fallezco sin sucesión; pues haciendo tan justa liga, querrá Dios darme algún
hijo que sirva de apoyo a mis hermanos y de auxilio á mis tíos. Esto se lo comuniqué
al Señor Marques de Ustáriz,
como al único tutor que tengo aquí, para que se lo avisase á Usted y al Señor
don Manuel Mallo: á Usted por ser el
pariente más cercano a mí, y al Señor Don Manuel Mayo (sic)
porque es nuestro amigo y favorecedor. A
este último le escribió el Marques de Ustáriz dos veces, y una de ellas le entregaron la carta en sus propias
manos; pero no se ha tenido contestación alguna, habiendo pasado ya 30 ó 31 días. Esto mismo le comunicó el Marques de Ustáriz
al Señor Don Bernardo Toro, por ser debido al parentesco y á la amistad, pero
fué en confianza.
Informado
yo de que Usted no sabía esta novedad, quiero participársela; en primer lugar,
porque nadie tiene el interés y dominio en mis cosas como Usted, y en
segundo, para que Usted tenga la bondad
de protejer esta unión dando las órdenes necesarias para pedir la Señorita á su
padre, con toda la formalidad que exije el caso.
Espero su contestación con la mayor ansia;
pues me interesa esto mucho, habiendo pasado tanto tiempo sin decidirse nada,
desde el aviso al Señor Don Manuel hasta la fecha.
De
su más afecto sobrino que lo ama de todo corazón.
Simón
Bolívar .
Temiendo que existan ciertas
dificultades, el 23 de agosto de 1801 desde Bilbao se dirige a su tío Don Pedro Palacios expresándole:
He
recibido con el mayor gusto que es de imaginarse, la de Usted del 11 de éste, porque en ella me
participa Usted el partido que se ha tomado, en el asunto de mi Tío Esteban. Al mismo tiempo, que estaba penzando
escribirle a Usted, lo mismo que Usted ha hecho, he recibido esta carta, que
consuela mi corazón; pues estoy persuadido, que si no es el único partido que
tenemos, por lo menos, es el más eficas.
Conosco el buen corazón de la persona que Usted ocupa, y también, del
que puede ser que nos conseda el gran bien, de dejarnos ver a nuestro buen
amigo. Crea Usted que me es de suma complacencia, el saber, que Usted ha tomado
el mejor remedio que nos puede curar del mal que padesemos. Conosco que nadie
está más interesado en la causa del
micerable, como Usted pero yo no puedo menos que dar a Usted las más rendidas gracias por este paso
que Usted da en alivio de mi buen padrino.
Seguramente, que no es posible manifestar mi contento. Un presentimiento
del buen éxcito que tendremos, me hace entregarme a las más lisonjeras
esperanzas.
Mis
oraciones son pocas, y poco eficaces por el sugeto que las hace: pero no por
eso dexaré de aplicarlas todas, al buen resultado del seloso interés que Usted
tiene en este negocio.
Siento mucho el atraso de sus bienes de Usted y
tanto más quanto que está Usted en un estado, en que le es de necesidad el
tener bienes de fortuna, para llenar el empleo que el Rey generosamente ha dado
a Usted.
También me es doloroso el que se le haya
muerto su mayordomo, pues el conseguirlo bueno, es demasiado difícil. En fin: Dios es el autor de todos nuestros
sucesos, por lo que deben ser todos, para bien nuestro.
Esta
reflección, nos consuela cuando estamos en aflicciones; y así, es menester que
Usted no la olvide.
Mi
matrimonio se efectuará por poder en Madrid, y después de hecho vendrá Don
B(ernard)o con su hija para embarcarnos de aquí en un neutral que toque en
N(or)te América.
Los
Toros partirán muy pronto; pues solo esperaban, que los calores no fuesen tan
fuertes, para tomar el camino.
En
orden a dinero, ya he dicho a Usted todo lo que hay; pues ello es menester
conseguirlo de algún modo. Aunque sería
muy bueno que Usted consiguiera de Iriarte su firma. Usted le puede exponer, que soy conocido por
rico, y que lo más del dinero es para mí.
Deseo
lo pase Usted bien y mande a su afecto sobrino.
Simón
.
En
vista de la inmadurez y la poca edad de Bolívar, que contaba con apenas
diecisiete años, el matrimonio fue aplazado discretamente. Por considerarlo
prematuro, su futuro suegro lo envió a Bilbao, tratando de detener el enlace.
Desde allí Bolívar le escribe a su novia sin cesar y al parecer como ella no lo hace con la frecuencia
esperada, Bolívar irónicamente le dice: No prodigue usted tanto sus cartas, porque
ya no tengo dinero con que sacarlas de tantos que vienen por todos los correos.
Al
final, después de tanta insistencia, a pesar de las dificultades que
experimentaban ambos por parte de sus representantes, logra las licencias
necesarias y se consuma la unión. El acto de desposorio y velación se efectuó en la Iglesia Parroquial de
San José de Madrid, el 26 de mayo de
1802.
Llenos
de ilusiones como toda pareja los recién desposados vienen a Venezuela; a donde
llega el 12 de julio, después de veintisiete días de navegación. Al arribar,
María Teresa, desde el mismo puerto, le escribe a sus padre Hubieran
sido veintiún días si las calmas de La Guaira nos hubieren permitido la entrada
al puerto dos días antes. Estuvimos viendo los cerros, las montañas durante dos
días, pero la calma era muy grande. Después se refiere con ternura a su
esposo y tiene frases de recuerdo para su familia en España.
Una vez en Caracas, parten para San Mateo,
donde fijan su residencia.
Lamentablemente,
ocho meses después, la vida de María Teresa se extingue el 22 de enero de 1803 por la
terrible enfermedad tropical de la fiebre amarilla.
Tuvo
que ser un golpe muy duro para el joven Bolívar esta separación tan inesperada;
más tarde, el 10 de mayo de 1828, hablando de este suceso, con el Coronel Luis Perú de Lacroix, dijo:
Si
no hubiera enviudado, quizá mi vida hubiera sido otra; no sería el general
Bolívar, ni el Libertador, aunque convengo que mi genio no era para ser alcalde
de San Mateo
(...) Sin la muerte de mi mujer no
hubiera hecho mi segundo viaje a Europa (...)
La muerte de mi mujer me puso muy temprano sobre el camino de la
política; me hizo seguir después el carro de Marte en lugar de seguir el arado
de Ceres; vean, pues, si ha influido o no sobre mi suerte.
Una
vez roto el idilio apasionado por la inesperada muerte de su esposa se
desquició por completo el rico hacendado de los Valles de Aragua. A fin de hallar alguna distracción que compensara
su soledad y su duelo, a fines de 1803
volvió a Europa; ni Madrid y París, con sus placeres, ni las resplandecientes
glorias y la pompa de Bonaparte, aliviaron sin embargo, su tedio y misantropía.
Estando
en la ciudad luz, estrecha sus contactos con su prima Fanny Du Villars. Una
referencia conmovedora de su situación y la manera como vivía es la carta que
le escribe en 1804, transmitiendo sus
evocaciones con melancólica reminiscencia, es aquí, en ese momento que
atestigua la manera como quiso saciar en los placeres la avidez de su alma,
indicando como el libertinaje y el juego lo absorbieron siendo testigo de sus
grandes locuras. A ella le dice: Si
quereis imponeros de mi suerte, lo que me parece justo, es preciso escribirme.
De este modo me veré forzado a
responderos, cuyo trajo me será agradable. Yo digo trabajo, porque todo lo que
me obliga a pensar en mi aunque sea diez
minutos, me fatiga la cabeza, obligándome a dejar la pluma o la conversación
para tomar el aire en la ventana. ¿Me obligareís a deciros lo suficiente para
satisfaceros respecto al pobre chico Bolívar de Bilbao, tan modesto, tan
estudioso, tan económico, manifestándoos la diferencia que existe con el
Bolívar de la calle de Vivienne, murmurador, perezoso y pródigo? ¡Ah Teresa mujer
imprudente, a la que no obstante no puedo negar nada, porque ella ha llorado
conmigo en los días de duelo! ¿Porqué quereís imponeros de este secreto?…
cuando os impongáis del enigma, ya no creereis en la virtud.
Oh! Y
cuan espantoso es no creer en la virtud…¿Quién me ha metamorfoseado?… ¡Ah! Una
sola palabra, palabra mágica que el sabio Rodríguez no debía haber pronunciado
jamás.
Escuchad,
pues pretendeis saberlo:
Recordareis
lo triste que me hallaba cuando os abandoné para reunirme con el señor Rodríguez
en Viena. Yo esperaba mucho de la sociedad de mi amigo, del compañero de mi
infancia, del confidente de todos mis
goces y penas, del Mentor, cuyos consejos y consuelos han tenido siempre para
mi tanto imperio. ¡Ay! En estas circunstancias, fue estéril su amistad. El
señor Rodríguez sólo amaba las ciencias.
Mis lágrimas lo afectaron, porque él me quería sinceramente, pero él no
las comprende. Yo lo hallo ocupado en un gabinete de física y química que tenía
un señor alemán, y en el cual debían demostrarse públicamente estas ciencias
por el señor Rodríguez. Apenas le veo yo una hora al día. Cuando me reúno con él, me dice de prisa: mi
amigo, diviértete, reúnete con los jóvenes
de tu edad, vete al espectáculo, en fin; es preciso distraerte y este es
el solo medio que hay para que te cures. Yo
comprendo entonces que le falta alguna cosa a este hombre, el más sabio
el más virtuoso, y sin que haya duda el más extraordinario que se puede
encontrar. Yo caigo bien pronto en un estado de consunción y los médicos
declararon que iba a morir. Era lo que yo deseaba. Una noche que estaba muy
malo, me despierta Rodríguez con mi médico:
los dos hablaban en alemán. Yo no comprendía una palabra de lo que ellos
decían; pero en su acento, en su fisonomía, conocía que su conversación era muy animada. El médico
después de haberme examinado bien se marchó.
Tenía todo mi conocimiento y aunque muy débil podía sostener todavía una
conversación. Rodríguez vino a sentarse cerca de mí: me habló con esta bondad
afectuosa que me ha manifestado siempre en las circunstancias más graves de mi
vida, me reconviene con dulzura y me hace conocer que es una locura el
abandonarme y quererme morir en la mitad del camino. Me hizo comprender que
existía en la vida de un hombre otra cosa que el amor, y que podía ser muy
feliz dedicándome a la ciencia o entregándome a la ambición: sabéis con que encanto persuasivo habla este hombre:
aunque diga los sofismas más absurdos
cree uno que tiene razón. Me persuade, como lo hace siempre que quiere, Viéndome
entonces un poco mejor, me deja, pero al
día siguiente me repite iguales
exhortaciones. La noche siguiente, exaltándose la imaginación con todo lo que
yo podría hacer, sea por las ciencias
sea por la libertad de los pueblos de dije: si, sin duda, yo siento que podría
lanzarme en las brillantes carreras que me
presentáis pero era preciso que fuese rico… sin medios de ejecución no
se alcanza nada; y lejos de ser rico soy pobre y estoy enfermo y abatido. ¡Ah!
Rodríguez, prefiero morir…Le di la mano para suplicarle que me dejara morir
tranquilo. Se vio en la fisonomía de Rodríguez una revolución súbita: queda un
instante incierto, como un hombre que vacila acerca del partido que debe tomar.
En este instante levanta los ojos y las manos hacia el cielo, exclamando con
una voz inspirada: ¡está salvo! Se acerca a mí, toma mis manos, las aprieta con
la suyas que tiemblan y están bañadas en sudor y enseguida me dice con un
acento sumamente afectuoso: ¿Mi amigo, si tu fueras rico, sabía lo que esto
significaba. Respondo: Si ¡Ah! Exclama él, nosotros estamos salvos… ¿el oro
sirve pues para alguna cosa? Pues bien, ¡Simón Bolívar, sois rico! ¡Tenéis
actualmente cuatro millones!… No os pintaré querida Teresa la impresión que me
hicieron estas palabras ¡Tenéis actualmente cuatro millones! Tan extensa y
difusa como es nuestra lengua española,
es, como todas las otras impotente para explicar semejantes emociones. Los
hombres las prueban pocas veces: sus palabras corresponden a las sensaciones
ordinarias de este mundo; las que yo sentía eran sobrehumanas; estoy admirado
de que mi organización las haya podido
resistir.
Me
detengo: la memoria que yo acabo de evocar me abruma. ¡Oh cuán lejos están las
riquezas de dar los goces que ellas hacen esperar!… Estoy bañado en sudor y más
fatigado que nunca después de mis largas
marchas con Rodríguez. Me voy a bañar: Os veré después de comer para ir al
teatro francés. Os pongo esta condición que no me preguntareis nada relativo a
esta carta, comprometiéndome a continuarla después del espectáculo.
Rodríguez
no me había engañado; yo tenía realmente cuatro millones.
Este hombre caprichoso, sin orden en sus propios negocios, que se endrogaba con
todo el mundo, sin pagar a nadie, hallándose muchas veces reducido a carecer de
las cosas más necesarias, este hombre ha cuidado la fortuna que mi padre me ha
dejado con tan buen resultado como integridad, pues la ha aumentado en un
tercio. Sólo ha gastado en mi persona ocho mil francos durante los ocho años
que yo he estado bajo su tutela.
Ciertamente él ha debido cuidarla mucho. A decir verdad la manera como me hacía
viajar era muy económica, él no ha pagado más deudas que las que contraje con
mis sastres, pues la que es relativa a mi instrucción es muy pequeña respecto a
que él era mi maestro universal.
Rodríguez
pensaba hacer nacer en mí la pasión a las conquistas intelectuales, a fin de
hacerme su esclavo. Espantado del imperio que tomó sobre mí mi primer amor y de
los dolorosos sentimientos que me condujeron a la puerta de la tumba, se
lisonjeaba de que se desarrollaría mi antigua dedicación a las ciencias, pues
tenía medios para hacer descubrimientos, siendo la celebridad la sola idea de
mi pensamientos. ¡Ah! El sabio Rodríguez se engaña: me juzga por él mismo.. Yo
llego a los veinte y un años, y no podía ocultarme por más tiempo mi fortuna;
pero me lo habría hecho conocer gradualmente y de eso estoy seguro, si las
circunstancias no le hubiesen obligado a hacérmela conocer de una vez. Yo no
había deseado las riquezas: ellas se me presunta sin buscarlas, no estando
preparado para resistir a su seducción. Yo
me abandono enteramente a ellas. Nosotros somos los juguetes de la fortuna; a esta grande divinidad del
Universo, la sola que yo reconozco es
quien es preciso atribuir nuestros vicios y nuestras virtudes.
Si ella
no hubiese puesto un inmenso caudal en mi camino, servidor celoso de las
ciencias, entusiastas de la libertad, la gloria hubiese sido mi solo culto, el único objeto de mi vida.
Los placeres me han cautivado, pero no largo tiempo. La embriaguez ha sido
corta, pues se ha hallado muy cerca el fastidio. Pretendéis que yo me inclino menos a los placeres que al
fausto, convengo en ello; porque, me parece, que el fausto tiene un falso aire
de gloria.
Rodríguez
no aprobaba el uso que yo hacía de mi fortuna: le parecía que era mejor
gastarla en instrumentos de física y en experimentos químicos; así es que no
cesa de vituperar los gastos que él llama necedades frívolas. Desde entonces,
me atreveré a confesarlo… Desde entonces sus reconvenciones me molestaban y me
obligaron a abandonar Viena para libertarme de ellas. Me dirigí a Londres,
donde gasté ciento cincuenta mil francos en tres meses. Me fui después a Madrid
donde sostuve un tres de un príncipe. Hice lo mismo en Lisboa, en fin, por
todas partes ostento el mayor lujo y prodigo el oro a la simple apariencia de
los placeres.
Fastidiado
de las grandes ciudades que he visitado vuelvo a París con la esperanza de
hallar lo que no he entrado en ninguna parte, en género de vida que me
convenía; pero Teresa, yo no soy un hombre como todos los demás y París no es
el lugar que puede poner término a la vaga incertidumbre de que estoy
atormentado. Sólo hace tres semanas que he llegado aquí y ya estoy aburrido.
Ve aquí
cara amiga todo lo que tenía que deciros del tiempo pasado; el presente, no
existe para mí, es un vacío completo donde no puede nacer un solo deseo que
deje alguna huella grabada en mi memoria. Será el desierto de mi vida… Apenas
tengo un ligero capricho lo satisfago al instante y lo que yo creo un deseo,
cuando lo poseo solo es un objeto de disgusto. ¿Los continuos cambiamientos que
son el fruto de la casualidad, reanimarán acaso mi vida? Lo ignoro; pero si no
sucede esto volveré a caer en el estado de consunción de que me había
sacado Rodríguez al anunciarme mis cuatro millones. Sin embargo, no
creais que me rompa la cabeza en malas conjeturas sobre el porvenir. Únicamente
los locos se ocupan de estas quiméricas combinaciones. Sólo se pueden someter
al cálculo las cosas cuyos datos son conocidos; entonces el juicio, como en las
matemáticas, puede formarse de una manera exacta.
¿Qué
pensáis de mí? Responded con franqueza (Yo pienso que hay pocos hombres que
sean incorregibles); y como es siempre útil el conocerse y saber lo que se
puede esperar de sí, yo me creeré feliz cuando la casualidad me presente un
amigo que me sirva de espejo.
Adiós,
yo iré a comer mañana con Vos.
Simón
Bolívar.
Como
el mismo Bolívar expresa, al final, esa vida de vanidad y estrépito por las
pasiones insatisfechas terminó por fastidiarle. El recuerdo de Simón Rodríguez, su
antiguo maestro de la infancia pareció ofrecerle entonces un rayo de esperanza,
y marchó a Viena en su busca. Por cierto
que don Simón había dejado para entonces aún el apellido materno de Rodríguez
muy prosaico, sin duda, para pasearlo por Europa. Y se denominaba brillantemente Simón
Robinson. En esa época continuó perfeccionando su formación ideológica, orientando su educación hacia el estudio de la filosofía
contemporánea y sobre el problema de la
libertad del hombre.
Aunque
el consuelo en Viena no fue muy íntimo, provocó al menos que el maestro
buscara, a su vez, el discípulo en París, y que juntos emprendieran en buena
parte a pie, el camino hacia las rientes campiñas de Italia y los graves
monumentos de la ciudad eterna .
Algunos
historiadores cuya especialidad es complicar los acontecimientos más diáfanos y
precisos, andan todavía discutiendo si el Juramento del Libertador fue en el
Aventino, en el Monte Sacro o en el Palatino, tres de las siete colinas que
dominan a Roma, los únicos actores y testigos del Juramento fueron Rodríguez y
Bolívar, ambos afirman que este acontecimiento tuvo lugar en el Monte Sacro el
día 15 de agosto de 1805, y lo ratifica
Don Simón Rodríguez en la entrevista que sostuvo en 1850 con su contemporáneo
el ilustre colombiano Dr. Manuel Uribe Ángel, en la
casa del Deán de la Catedral de Quito, Dr. Pedro Antonio Torres. Cuenta el Dr.
Uribe Ángel, que Monseñor Torres dirigiéndose a Don Simón Rodríguez le dijo: Don Simón, tengo el gusto de presentar a
usted a mi amigo, el Dr. Manuel Uribe
Ángel. Dr. Presento a usted, un antiguo compañero de armas, el señor Don
Simón Rodríguez.
Continúa
el Dr. Uribe Ángel: dirigiéndome entonces al anciano que me había sido
presentado, no creí hallar en los recursos de mi pobre educación una frase m{as
amable y adecuada a las circunstancias que ésta: Señor Don Simón, tengo mucho gusto en conocer y saludar al Maestro de
nuestro Libertador. El viejo
Rodríguez, con una risita que me pareció sarcástica, me contestó: Fuera de ese, tengo algunos títulos para
pasar a la posteridad.
Una
tarde paseando juntos y departiendo en mucha intimidad, se detuvo de pronto Don
Simón y dijo al Dr. Uribe Ángel: -Para que sacies tu curiosidad, voy a
referirte lo que pasó en Roma:
Después de la coronación de Bonaparte, de que ya te hablé, viajamos Bolívar y yo, en estrecha
compañía y en íntima amistad, por gran
parte del territorio de Francia, Italia y Suiza. Unas veces íbamos
a pie y otras en diligencia.
En
Roma nos detuvimos bastante tiempo, y para que sacies tu curiosidad voy a
referirte lo que allá pasó.
Un
día, después de haber comido y cuando el sol ya declinaba al Occidente,
emprendimos (con Bolívar) un paseo hacia el Monte Sacro.
Aunque
esos llamados Montes no sean otras cosas que rebajadas colinas, el calor era
tan intenso, que nos agitamos en la marcha lo suficiente para llegar jadeantes
y cubiertos por copiosa transpiración a la parte culminante de aquel mamelón.
Llegados a ella, nos sentamos sobre un trozo de mármol blanco, resto de una
columna destrozada por el tiempo.
Yo
tenía fijo mis ojos sobre la fisonomía del adolescente; porque percibía en ella
cierto aire de notable preocupación y concentrado pensamiento.
Después
de descansar un poco, y con la respiración más libre, Bolívar, con cierta
solemnidad que no olvidaré jamás, se puso en pie, y, como si estuviese solo,
miró a todos los puntos del horizonte y al través de los amarillos rayos del
sol poniente pasó su mirada escrutadora, fija y
brillante por sobre los puntos principales que alcanzábamos a dominar.
Luego,
levantando la voz dijo: ¿Conque éste es –dijo- el pueblo de Rómulo
y de Numa, de
los Gracos y
los Horacios, de
Augusto
y de Nerón, de
César
y de Bruto, de
Tiberio
y de Trajano?
Aquí todas las grandezas han tenido su tipo y todas las miserias su cuna.
Octavio se disfraza con el manto de la piedad pública para ocultar la
suspicacia de su carácter y sus arrebatos sanguinarios; Bruto clava el puñal en
el corazón de su protector para reemplazar la tiranía de César con la suya
propia; Antonio
renuncia los derechos de su gloria para embarcarse en las galeras de una
meretriz; sin proyectos de reforma, Sila
degüella a sus compatriotas, y Tiberio,
sombrío como la noche y depravado como el crimen, divide su tiempo entre la
concupiscencia y la matanza. Por un Cincinato
hubo cien Caracallas,
por un Trajano cien Calígulas
y por un Vespasiano cien Claudios. Este pueblo ha dado para todo: severidad para
los viejos tiempos; austeridad para la República; depravación para los
Emperadores; catacumbas para los cristianos; valor para conquistar el mundo
entero; ambición para convertir todos los Estados de la tierra en arrabales
tributarios; mujeres para hacer pasar las ruedas sacrílegas de su carruaje
sobre el tronco destrozado de sus padres; oradores para conmover, como Cicerón;
poetas para seducir con su canto, como Virgilio;
satíricos, como Juvenal
y Lucrecio;
filósofos débiles, como Séneca; y ciudadanos enteros, como Catón. Este pueblo
ha dado para todo, menos para la causa de la humanidad: Mesalinas corrompidas,
Agripinas sin entrañas, grandes historiadores, naturalistas insignes, guerreros
ilustres, procónsules rapaces, sibaritas desenfrenados, aquilatadas virtudes y
crímenes groseros; pero para la emancipación del espíritu, para la extirpación
de las preocupaciones, para el enaltecimiento del hombre y para la
perfectibilidad definitiva de su razón, bien poco, por no decir nada.
La
civilización que ha soplado del Oriente, ha mostrado aquí todas sus fases, han
hecho ver todos sus elementos; más en cuanto a resolver el gran problema del
hombre en libertad, parece que el asunto ha sido desconocido y que el despejo
de esa misteriosa incógnita no ha de verificarse sino en el Nuevo Mundo.
Y
luego, volviéndose hacia mí, húmedos los ojos, palpitante el pecho, enrojecido
el rostro, con una animación febril, me dijo:
¡Juro
delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos; juro por mi
honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi
alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder
español!
Tú
sabes, hijo, -agregó el señor Rodríguez-que el muchacho cumplió su palabra.
Toca a las generaciones venideras perfeccionar su obra. En cuanto a ti, en
quien noto cierta propensión a la historia, quiero darte un consejo, y es éste:
si alguna vez pretendes y puedes escribir, cuéntales a tus compatriotas en
términos sencillos y sin lujo de fantasía lo que sepas sobre tus antepasados,
para que aprendan a respetar su memoria y a reconocer sus sacrificios.
Los
párrafos anteriores sirven para apreciar la extensión de los conocimientos que
Bolívar había asimilado en sus lecturas de las obras maestras de la antigüedad
clásica; más aún de la Historia Romana.
La
dramática escena del Monte Sacro, tenida por algunos como la súbita revelación
de su destino en la culminación de un proceso mental y volitivo, estimulado
singularmente por la contemplación del mundo moderno, arraiga en él la
convicción de haber llegado la hora de colocar en manos americanas el futuro
del Continente.
Ella
traduce y refleja la voluntad de erigirse en personero de los descendientes de
los conquistadores y primeros pobladores para afirmar, en fórmulas cónsonas con
los signos de los tiempos su deseo al derecho a la tierra. La madurez de su
propósito emancipador, donde se familiariza con el contenido de la Enciclopedia
formándose el humano concepto de redención de los oprimidos, fusionando los
valores del mundo político de la república romana con el imaginario político de
las modernas revoluciones europeas; trasladándolo y adaptándolo a su condición
histórica.
Lo más seguro es
que, a continuación, Rodríguez debió agregar algún comentario al juramento, tal
como lo expresa Bolívar en carta que dirige a su maestro, desde Pativilca, el
19 de enero de 1824 cuando le dice: ¿Se
acuerda usted cuando fuimos juntos al Monte-Sacro en Roma, a jurar sobre
aquella tierra santa de la Libertad de la Patria?. Ciertamente no habrá Usted
olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros: día que anticipó, por
decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener. Ese
día nació el Libertador, y como lo dijera después Simón Rodríguez, los
hombres no nacen cuando los dan a luz, sino cuando ellos mismos comienzan a
darle luz al mundo.
Esta narración
pone en evidencia la influencia de la Historia romana, su ejemplo y la vivencia
que esas jornadas tuvieron en la vida del Libertador, causando un impacto
trascendental en su formación intelectual y política, logrando así, la
inspiración de los sueños y ambiciones del Libertador., creador de República
libres. Él mismo la expresa con especial
agudeza manifestando su intuición de reconducir aquel nuevo mundo, hacia el
esplendor de la Roma fundadora del arquetipo de República, hacia la libertad
que había sido la mayor gloria y el patrimonio de los antiguos estados
ratificando el valor de la elocuencia del Juramento como gesto y signo
característico de la época.
Veamos, ahora,
brevemente, ¿qué representa, en ese momento, la inspiración del juramento?.
En los últimos
años del siglo XVIII utilizaron en sus transformaciones revolucionarias la
práctica del juramento para transmitir una serie de valores alegóricos y
simbólicos que hasta ese momento eran ignorados u olvidados hasta entonces. El
prometido ejercicio de una acción de destrucción y otra de edificación; de
eliminación del pasado y refundación del futuro.
Ella es una convicción típica de la
ilustración que se expresa a través de una promesa iniciada con una palabra
pronunciada y comprometida que habrá de ser renovada y mantenida en el tiempo,
hasta tanto haya sido eliminado el antiguo régimen y fundado el nuevo orden.
En el juramento
público lo esencial es el hecho de darle legitimidad al nuevo orden sellando el
encuentro de aquellos hombres con los principios eternos, por lo tanto es un
acto puntual que se pronuncia en un instante comprometiendo el porvenir uniendo
energías que, sin él se dispersarían.
Por
otra parte tenemos la demostración en el magisterio de la historia, que enseña
todas las cosas
y ofrece maravillosos ejemplos de la cultura romana en la correspondencia del Libertador que se manifiesta en un
fecundo desarrollo sinnúmero de orientadoras referencias directas a
acontecimientos de la Historia de Roma, tales como:
En el Discurso pronunciado en la
Asamblea celebrada en Caracas, el día 2 de enero de 1814, en la iglesia del
Convento de los religiosos Franciscanos dijo: Yo no soy como Sila, que cubrió de luto y de sangre a su patria; pero
quiero imitar al dictador de Roma en el desprendimiento con que abdicando el
Supremo Poder, volvió a la vida privada y se cometió en todo al reino de las
leyes de la República.
Cuando
sitiaba a la capital Cundinamarca recibió de las autoridades bogotanas su
negativa a las proposiciones de paz que le ofrecía. Su comentario se lo hace
saber a Juan Jurado desde Campo del Techo, el 9 de diciembre de 1814 diciendo: Si hay resistencia las casas serán reducidas
a cenizas, si por ella se nos ofende. Llevaré dos mil teas encendidas para
reducir a pavesas una ciudad que quiere ser el sepulcro de sus libertadores y
que recibe con oprobios los más ultrajantes al que viene de tan remotos países
a romperle las cadenas que sus enemigos quieren imponerle. Estos cobardes tanto
como fanáticos me llaman irreligioso y me nombran Nerón, yo seré pues su Nerón,
ya que me fuerzan a serlo contra los más vehementes deseos de mi corazón, que
ama a los hombres, porque son sus hermanos, y a los americanos porque son sus
compañeros de cuna e infortunio.
El
7 de abril de 1820, desde Pamplona le escribe a Santander lo siguiente: La amenaza o por lo menos el recuerdo de la
responsabilidad efectiva, no es cosa que me intimida, porque yo tengo formado
este cálculo: si triunfamos estoy resuelto a seguir el ejemplo de Sila y sin
duda me agradecerán la libertad los colombianos como se la agradecieron a Sila
los romano. Si somos batidos, no habrá ni patria ni tribunal, y si muero
respondo con la vida.
El
25 de febrero de 1825 se dirige a Santander desde Pativilca refiriéndose a otra
faceta del general romano: ¿Podrá usted
creer que es ésta la situación maestra de mi vida? Pues no se debe dudar. Si
salgo bien de ella podré tomar con justicia el epíteto de Fausto que se tomó
Sila.
En
carta que dirige al General Santander, el 20 de mayo de 1825, para refutar el
escrito de un viajero francés expresa como fue la educación que recibió: Ciertamente que no aprendí la filosofía de Aristóteles,
ni los códigos del crimen y del error; pero puede ser que Mr. Mollien no haya estudiado tanto
como yo a Locke, Condillac, Bufón, D’Alembert, Helvetius, Montesquieu, Mably,
Filangieri, Lalande, Rousseau, Voltaire, Rollin, Berthot (sic) y a todos los
clásicos de la antigüedad, así filósofos, historiadores, oradores y poetas; y
todos los clásicos modernos de España, Francis, Italia y gran parte de los
ingleses....
En
correspondencia remitida a Santander desde la Magdalena, el 7 de junio de 1826,
expresa: Yo lo he sacrificado todo por la
patria y por la libertad de ella; pero no puedo sacrificarle el carácter noble
del hombre libre y el sublime título de Libertador. Para salvar la patria he
debido ser un bruto y para contenerla en una guerra civil debería ser un Sila.
Este último carácter no me conviene: antes perderé todo, la vida misma.
Hallándose
todavía en Lima, a punto de regresar a Colombia, le dice a Santander el 8 de
agosto de 1826: Si yo quisiera imitar a
Sila pudiera retardar quizás algún tanto nuestra pérdida, pero después de haber
hecho el Nerón contra los españoles me basta de sangre. Me serviría de disculpa
el llamarlos tiranos, pero contra los patriotas no valdrá esta excusa.
Cuando
desde Caracas le escribe al General Wilson, el 16 de junio de 1827, dice: Mi impetuosa pasión, mi aspiración mayor es
la de llevar el nombre de amante de la libertad. El papel de bruto es mi
delirio; y el de Sila, aunque salvador de la constitución romana, me parece execrable.
Simón Rodríguez
Véase: Lecuna Vicente: Guillermo Pelgrón,
uno de los primeros maestros del joven Simón Bolívar.
En:
Boletín de la Academia Nacional de la Historia, No. 143, julio-septiembre de
1953. p. 295-297.
Su nombre completo era: Louis Gabriel Jean Perú de Lacroix Maussier. Era de
origen francés, nacido en 1780. Fue soldado de Napoleón y actuó como agente
suyo en Londres contra los Borbones. Acompañó a Bolívar, como miembro de su
Estado Mayor, durante la permanencia de éste en Bucaramanga, desde el 1"
de abril hasta el 9 de junio de 1828, mientras en Ocaña tenía lugar la célebre
Convención. En 1830 fue desterrado a las Antillas por Bolivariano; al poco
tiempo después regresó a Caracas, donde se le expulsó nuevamente en 1836. Dos
años más tarde ponía fin a su vida porque prefería
la muerte a tener que mendigar. En su testamento dice que dejó antes de
1836, en Caracas, una obra suya manuscrita, titulada Diario de Bucaramanga o Vida Pública y privada del Libertador Simón
Bolívar.
Nació en Envigado el 4 de septiembre de 1822. 1904).
Es considerado el Padre de la Medicina Antioqueña, y primer ecólogo de
Colombia. Nació en Envigado, Antioquia, Colombia. Hijo de José María Uribe y
María Josefa Ángel. Hizo sus primeras letras con el maestro Alejo Escobar.
Salió de la escuela y empezó a servir de amanuense a un empírico llamado
Nicolás de Villa Tirado.
Estudió medicina en la Universidad Central de Bogotá y recibió su
grado de Doctor en 1845. Regreso a Medellín para ejercer su profesión,
dedicarse a estudiar historia y geografía y a escribir. Contrajo matrimonio con
Magdalena Urreta.
Fue uno de los fundadores y profesor de la facultad de medicina de
de la Universidad de Antioquia en 1861. Considerado maestro de los médicos
antioqueños y reconocido como sabio naturalista e historiador. Fue Gobernador
del Departamento en 1877, Senador de la República en 1882 y miembro fundador y
primer presidente de la Academia de medicina de Antioquia.
Se considera que el Dr. Uribe Ángel fue el intelectual más
importante de Antioquia en su época, por sus numerosas publicaciones entre las
cuales se destaca la Geografía General y compendio histórico del Estado de
Antioquia (1885) y La Medicina en Antioquia, 1936. Fue Designado a la
Presidencia de la República (1881).
En Marzo de 1903, recibió un mensaje de la Academia Colombiana de
Historia: lo nombraron miembro correspondiente. Nueve meses después, un 3 de
Diciembre a la una de la tarde, se hizo en la casa de Manuel la primera reunión
de la Academia Antioqueña de Historia. Se reunieron alrededor de su lecho de
enfermo y lo nombraron su presidente. Manuel Uribe Ángel fue reconocido por la
Asamblea Legislativa —entre otros servicios, por defender los límites de
Antioquia con sus conocimientos geográficos y de archivos sobre títulos, etc.
Su nombre se recuerda en el Hospital Manuel Uribe Ángel de Envigado.
Tiberio Sempronio Graco, (162 a.C. - Roma 132 a.C.)
Hijo de
Tiberio Sempronio Graco y Cornelia -hija de Escipión el Africano- y hermano de
Cayo, Tiberio fue elegido tribuno de la plebe en el año 133 a.C. dedicándose a
defender con pasión las ideas progresistas que había conocido desde su
infancia. Su primera medida fue defender ante la Asamblea una audaz reforma
agraria con la que mejorar las negativas condiciones económicas y sociales en
las que vivían buena parte de los ciudadanos romanos. Con esta reforma se
pretendía acabar con el latifundismo tanto público como privado. El Senado
declaró ilegales las propuestas de Tiberio pero la Asamblea ratificó las
medidas planteadas. Al año siguiente, Tiberio volvió a luchar por el tribunado,
tanto por continuar con sus reformas como por evitar el proceso que le preparaba
el Senado cuando acabara su mandato. Sus propuestas se radicalizaron para
obtener el apoyo de la plebe. El día de las elecciones, Tiberio se presentó en
el Foro vestido de luto, posiblemente intuyendo su inmediato futuro. Un grupo
de senadores, contrarios a la política de Tiberio ya que en su mayoría eran
terratenientes, acabó con su vida y la de un amplio número de seguidores,
arrojando su cadáver al Tíber. Su hermano Cayo continuó su política diez años
después.
Quinto Horacio Flaco (56 a.C. - 8 a.C.). Hijo de un esclavo que consiguió la
manumisión. Fue uno de los poetas más importantes de la literatura romana. A
los 20 años se trasladó a Atenas para estudiar filosofía y a su regreso a Roma
estableció una estrecha amistad con Mecenas y Virgilio, los promotores de su
contacto con Augusto. La obra que escribirá en Roma está dividida en cuatro
grupos: Odas, Epodos, Sátiras y Epístolas. En la mayoría de ellas hace un
significativo elogio de los placeres mundanos y de la sencillez, al tiempo que
realiza ataques directos contra personas concretas y algunas reflexiones de
carácter moral, utilizando un estilo sencillo y equilibrado que será imitado en
el Renacimiento.
Augusto. Octavio. Nace el 24 de
septiembre del año 63 a.C. en el seno de una familia burguesa procedente de
Veletri, en el Lazio. Falleció en las cercanías de Nola, en la Campania, el 15
de marzo del año 14, a los 77 años de edad, después de una bronquitis. Su padre
se llamaba Cayo Octavio y había sido durante un tiempo gobernador de Macedonia.
Su carrera política estuvo determinada por su matrimonio con Atia, una sobrina
de César. Cuando Cayo Octavio iba alcanzar el consulado, falleció (58 a.C.). De
ese matrimonio, posiblemente de conveniencia como todos entre los miembros de
la élite romana, habían nacido dos hijos: Octavia y Cayo Octavio, más conocido
posteriormente como Augusto. En el año 45 a.C. Julio César adopta a Octavio
quien, desde ese momento, se llamará Cayo Julio César Octaviano. El 16 de enero
de 27 a.C. recibe del Senado el nombre de Augustus,
una nueva denominación oficial que recogía la grandeza de sus actos.
La obra
arquitectónica más importante que se levantó durante sus más de 50 años de
gobierno es el Ara Pacis, el Altar de la Paz cuyos espléndidos relieves aún hoy
podemos contemplar en las cercanías del Tíber.
Claudio César Druso Germánico –Nerón-. (Anzio
37 - Roma 6-6-68).
Cayo Julio César (Roma 12-7-100 a.C. - Marzo 44).
Marco Junio Bruto. (85 a.C. - 42 a.C.). Fue adoptado por César y nombrado
gobernador de la Galia Cisalpina y pretor en Roma. Sin embargo, participó en
algunas conspiraciones contrarias al gran Julio. De la primera liderada por
Pompeyo salió bien parado al recibir el perdón pero su intervención en el
asesinato de César en las puertas del Senado durante los idus de marzo del año
44 a.C. fue castigada por Augusto. Bruto y Casio, los líderes de la
conspiración, se trasladaron a tierras asiáticas donde Octavio libró con ellos
la batalla de Filipos, obteniendo el futuro augusto la victoria junto a
Antonio. Viendo perdido todo, Bruto se suicidó.
Tiberio Claudio Nerón (Roma 42 a.C. - Miseno 37)
Marco Ulpio Trajano (Itálica 53 - Selinonte 117). Fue el primer ciudadano
romano de origen provincial que accedió al trono imperial. Pronto destacó en la
carrera militar tanto en Germania como en Oriente, recibiendo el nombramiento
de cónsul en el año 91 y lugarteniente de Germania Superior. Nerva le tomó como
hijo adoptivo en el año 98 y le nombró césar, asociándole a las tareas de
gobierno. De esta manera el anciano Nerva solucionaba sus tensas relaciones con
el ejército. Cuando Nerva murió, Trajano estaba en la frontera renana y allí
permaneció durante un año y medio para consolidar esta posición defensiva. Roma
le abrió sus puertas en el verano del año 99, poniendo en marcha un programa
político caracterizado por la firmeza y la benevolencia. Renovó el Senado al
nombrar senadores procedentes de las provincias orientales y fue eliminando numerosas
tareas que fueron conferidas a la burocracia. Controlaba todas las iniciativas
no sólo de carácter estatal sino también provincial y favoreció la asistencia
estatal entregando regulares subsidios las familias pobres. Los senadores
fueron obligados a comprar tierras en Italia con el fin de introducir nuevos
capitales en la economía agraria. Llevó a cabo un intenso programa de
infraestructuras tanto para el desplazamiento de las tropas como para el
comercio, que se vio favorecido. Puentes, calzadas y canales fueron
construidos. La política exterior estuvo enfocada hacia la conquista. Los
dacios liderados por Decébalo fueron su primer objetivo, consiguiendo ocupar el
territorio en el año 106, tras cinco años de duras luchas. De esta manera,
Dacia se convertía en provincia romana y la zona del mar Negro quedaba bajo su
influencia. La campaña está narrada en los relieves de la famosa Columna de
Trajano que se puede contemplar en Roma. También se conquistó el reino nabateo
de Arabia noroccidental, Armenia se convertía en provincia romana y se invadió
Mesopotamia. Cuando Trajano se disponía a atacar el corazón del reino de los
partos, se produjo una grave rebelión en Mesopotamia, Palestina, Chipre, Egipto
y Cirenaica. El emperador tuvo que cambiar sus planes de conquista hacia la
India y acabar con los focos de rebelión, a excepción de Palestina que finalizó
en época de Adriano. Un ataque de parálisis le provocó la muerte en Cilicia
cuando era transportado a Roma. Su gobierno fue uno de los más brillantes y largos
del período imperial.
Lucio Quincio Cincinato (s. V a.J.C.) Cónsul romano. Nombrado cónsul en 460
a.J.C., dos años después se le designó dictador para que liberara al cónsul
Minucio del bloqueo ecuo. Fue nombrado nuevamente cónsul en 439.
Marco Antonio Basiano Antonino. Caracalla. (Lyón 186 - Carre 217).
En el
año 196 Septimio Severo nombró César a su hijo Marco Antonio Basiano; dos años
después era proclamado augusto al igual que su hermano Geta. Cuando Septimio
falleció en Britania (211) en Roma quedaban dos emperadores enfrentados y
apoyados por diferentes grupos de poder. Al año siguiente Basiano mataba a su hermano
que fallecería entre los brazos de su madre, Julia Domna. Desde ese momento,
Caracalla -que recibía ese nombre por su costumbre de vestir una túnica gálica
de ese nombre- emprendió una campaña de venganza a los apoyos de su hermano que
finalizó con un amplio número de muertos -se cifran en 20.000 los asesinados-,
demostrando su cruel carácter. Las soldadas aumentaron para satisfacer al grupo
que había favorecido su nombramiento lo que motivó una grave crisis financiera.
Para recibir una inyección de dinero concedió la ciudadanía a cualquier
habitante libre del Imperio (Constitutio antoniana del año 212). Su política
exterior se basó en la consolidación fronteriza por lo que se realizaron dos
campañas en el Danubio y se emprendió la guerra contra los partos. Debido al
escaso éxito de estas operaciones, el prefecto pretoriano Macrino encabezó un
complot que acabó con la vida de Caracalla en abril del año 217. Entre sus
obras más destacadas encontramos la finalización de las termas que hoy llevan
su nombre inauguradas en 212.
Publio Virgilio Marón (70 a.C. - 19
a.C.). A pesar de su origen campesino,
Publio Virgilio se convertirá en el poeta más importante de la literatura
romana. Vinculado al círculo de Mecenas, ensalzó las glorias de Augusto y se
interesó por temáticas bucólicas, épicas y amorosas. Es el autor de obras tan
importantes como La Eneida, Las Eglogas o Geórgicas.
Décimo Junio Juvenal (Aquino 55 – 138). Figura entre los mejores poetas
satíricos de la cultura romana. Constituye una de las mejores fuentes para el
conocimiento de la vida cotidiana de su época. Estudió retórica en Roma y se
dedicó, sin mucha fortuna, a la declamación.
Tito
Lucrecio Caro (96 a.C. - 55 a.C. Es uno de sus máximos representantes del
epicureísmo. Es uno de sus más directos impulsores gracias a su poesía. Su vida
está rodeada de tragedia al igual que su muerte ya que se suicidó bebiendo un
elixir que había preparado su mujer. Sus obras están escritas en hexámetros, y
entre ellas destaca De la naturaleza de
las cosas.
Publicada en la obra Memorias sobre la
vida del Libertador escrito por Tomás Cipriano Mosquera. New York. 1853.