por David R. Chacón Rodríguez
El hombre que con toda justicia, es conocido hoy en
el mundo entero con el nombre de El
Libertador, nació el jueves 24 de julio de 1783 en Caracas que era para ese
entonces Caracas era la sede principal de
El miércoles 30 de julio de 1783 fue
bautizado por su primo hermano el
presbítero Juan Félix Jeréz-Aristeguieta y Bolívar y el miércoles 8 de diciembre del siguiente
año instituyó en su favor del jóven Simón un rico patrimonio que se conoce con el nombre del vínculo de los
Aristeguieta formado por la casa del ángulo Sur-Este de la esquina de las
Gradillas[1], valorada econ su
mobiliario en
$
25.000;
una hacienda de cacao en el valle de Taguaza por
$
42.000;
otra en el valle de Macaira (Caucagua) por 32.000;
lo cual ascendía a un total de $
125.000.
Aquellas
propiedades y las que les tocaron al niño por herencia de sus padres fueron
administradas por sus tutores Don
Feliciano Palacios y Sojo, su abuelo
materno, y por sus tíos Don
Estéban y don Carlos Palacios; el primero de ello en carácter de tutor legal y
el segundo provisional. A los tres años pierde a su padre, y a los nueve a su madre, quedando su
educación al cuidado de tutores y maestros
de la calidad de un clasista como Andrés
Bello, de un sabio como don Simón
Rodríguez, así como de una gran cantidad de doctrineros y civiles entre las cuales podemos mencionar a los
presbíteros José Antonio Negrete y Andujar, a Guillermo Pelgrón, Fernando de
Vides, y el licenciado Sanz.
Simón Bolívar Joven de 17 años de edad.Año: 1801.Autor: Desconocido.
Como
se puede observar Bolívar fue criado y formado en una familia de cuatro hermanos, huerfanos, desde
temprana edad, lo cual, aunado a lo díscolo de su conducta resulta una
polifacética personalidad que el mismo describe en varias oportunidades. En una
de su primeras cartas escribió: Es
siempre útil conocerse, y saber lo que se pueda esperar de si[2]. Él sabía que no
estaba hecho para la vida sedentaria y que su ánimo se estimulaba ante la
adversidad, aprendiendo a reflexionar en medio de la sociedad, de los placeres
y del ruido de las balas[3].
La descripción más exacta de su
naturaleza mental nos la dá en sus escritos de la siguiente manera: No soy difuso, soy precipitado, descuidado e impaciente, multiplico las
ideas en muy pocas palabras[4].
Testimonio que luego es confirmado por la gran cantidad de personas que tuvieron la dicha de conocerlo, así tenemos que Luis Peru de Lacroix en su Diario de Bucaramanga lo define:
Luis Perú de Lacroix
Dibujo de Luis
Perú de Lacroix sobre el Fuerte de Luis Aury en la isla de Providencia. El
dibujo fue realizado durante el tiempo en que de Lacroix era superintendente de
Aury entre 1814 y 1821
En todas las acciones del Libertador y
en su conversación se ve siempre, una extrema viveza: sus preguntas son cortas
y concisas; le gustan contestaciones iguales, y cuando alguno sale de la
cuestión, le dice, con una especie de impaciencia, que no es lo que ha
preguntado: nada difuso le gusta[5].
Cada uno de nosotros tiene su propio
retrato de Bolívar que hemos diseñado por la idealización
de su vigoroza personalidad, pero ¿como fue realmente?. Las páginas de la
historia nos presentan múltiples retratos que recorren la más amplia escala de
la admiración a la detracción. Venezolanos, latinoamericanos, peninsulares,
combatientes norteamericanos y europeos que lo conocieron y lucharon a su lado
nos dejaron plamadas sus impresiones, así
tenemos que el General Franco Alemán Henri
Louis Villaume Ducoudray Holstein, en su obra memoria de Simón Bolívar y sus principales generales publicada en 1828 nos describe al Libertador en 1813
aseverando:
El
General Bolívar en su aspecto exterior, en su fisonomia, en todo su
funcionamiento, nada tiene de característico o imponente. Sus maneras, su
conservación, su conducta en sociedad, nada tienen de extraordinario, nada que
llamara la atención de quien no lo conocies.
Al contrario, su aspecto exterior predispone en su contra.
Su estatura es de cinco pies, cuatro
pulgadas (5', 4''); largo el rostro, chupadas las mejillas; la tez, de un
moreno livido. Los ojos son de tamaño median, muy hundidos. Muy poco cabello le
cubre el cráneo. Todo él es flaco y desmedrado. Da la sensación de ser un hombre
de sesenta y cinco años. Camina con los brazos en perpetuo movimiento, y no
puede andar largo espacio sin sentirse fatigado. Donde quiera que vaya, allí
permanece poco tiempo y pronto está de vuelta a donde tiene colgada su hamaca,
en la que se sienta o se echa, meciéndose a la manera de sus conciudadanos.
Tiene cubierta buena porción del rostro por grandes bigotes y patillas, y se
cuida mucho de ordenar que cada uno de sus oficiales los usen diciendo que eso
les da aire marcial; pero a él le prestan un aspecto feroz y amenazante, en
especial cuando monta en cólera. Entonces se le animan los ojos, gesticula y
habla como demente; y amenazando con hacer fusilar a los que lo han
contrariado, se pasea rápidamente por su cámara, o se tira sobre la hamaca para
luego saltar de ella, ordenando que los culpables salgan de su presencia.
Nada hay en él que inspira respeto. Cuando quiere persuadir a alguien, o inclinarlo a sus propósitos, emplea las promesas más seductoras, toma al hombre del brazo, al pasearse con él, o al hablarle, como si fuera el más íntimo de sus amigos. Pero, tan pronto como ha conseguido su objeto, se torna frío, altanero y a veces sarcástico. Nunca pone en ridículo a nadie intrépido o de carácter elevado, excepto en su ausencia. Esta costumbre de hablar mal de las personas cuando no se hallan presentes es característica, en general, de los caraqueños[6].
Hallábase entonces Bolívar en lo más florido de sus años y en la fuerza de la escasa robustez que suele dar la vida ciudadana. Su estatura, sin ser procerosa, era no obstante suficientemente elevada para que no la desdeñase el escultor que quisiera representar a un héroe; sus dos principales distintivos consistian en la excesiva movilidad del cuerpo y el brillo de los ojos, que eran negros, vivos, penetrantes e inquietos, con mirar de águila, circunstancias que suplian con ventaja lo que a la estatura faltaba para sobresalir entre sus acompañantes. Tenia el pelo negro y algo crespo, los piés y las manos tan pequeños como los de una mujer, la voz aguda y penetrante. La tez, tostada por el sol de los trópicos, conservaba no obstante la limpidez y lustre que no habían podido arrebatarle los rigores de la intemperie y los continuos y violentos cambios de latitudes por las cuales había pasado en sus marchas. Para los que creen hallar las señales del hombre de armas en la robustez atlética, Bolívar hubiera perdido en ser conocido lo que había ganado con ser imaginado; pero el artista, con una sola ojeada y cualquier observador que en él se fijase, no podria menos de descubrir en Bolívar los signos externos que caracterizan al hombre tenaz en su propósito y apto para llevar a cabo empresa que requiera gran inteligencia y la mayor constancia de ánimo.
A pesar de la agitada vida que hasta entonces había llevado, capaz de desmedrar la mas robusta constitución, se mantenía sano y lleno de vigor; el humor alegre y jovial, el carácter apacible en el trato familiar; impetuoso y dominador cuando se trataba de acometer empresa de importante resultado; hermanando así lo afable del cortesano con lo fogoso del guerrero.
Era amigo de bailar, galante y sumamente
adicto á las damas y diestro en el manejo del caballo: gustábale correr a todo
escape por las llanuras del Apure, persiguiendo a los venados que allí abundan.
El el campamento mantenía el buen humor con oportunos chistes; pero en las
marchas se le veía siempre algo inquieto y procuraba distraer su impaciencia
entonando canciones patriotas. Amigo del combate, acaso lo prodigaba demasiado,
y mientras duraba, tenia la mayor serenidad. Para contener á los derrotados, no
escaseaba ni el ejemplo, ni la voz, ni la espada.
Formaba contraste, repito, la apariencia exterior de Bolívar, débil de complexion, y acostumbrado desde sus primeros años a los regalos del hogar doméstico, con la de aquellos habitantes de los llanos, robustos atletas que no habian conocido jamás otro linaje de vida que la lucha continua con los elementos y las fieras [7].
Bolívar
tenía la frente
alta, pero no muy ancha y surcada de arrugas desde temprana edad - indicio de
pensador-. Pobladas y bien formadas las cejas. Los ojos negros, vivos y
penetrantes. La nariz larga y perfecta; tuvo en ella un pequeño lobanillo que
le preocupó mucho, hasta que desapareció
en 1820, dejando una señal casi imperceptible. Los pómulos salientes; las
mejillas hundidas, desde que le conocí
en 1818. La boca fea y los labios algo gruesos. La distancia de la nariz á
la boca era notable. Los dientes blancos, uniformes y bellísimos; cuidábalos
con esmero. Las orejas grandes, pero bien puestas.
El
pelo negro, fino y crespo; lo llevaba largo en los años de 1818 á 1821, en que empezó á encanecer, y
desde entonces lo usó corto. Las patillas y bigotes rubios; se los afeitó por
primera vez en el Potosi en 1825.
Su estatura era de cinco, seis pulgadas
inglesas. Tenía el pecho angosto, el cuerpo delgado, las piernas sobre todo. La piel morena y algo áspera. Las manos
y los pies pequeños y bien formados, que una mujer habría envidiado. Su
aspecto, cuando estaba de buen humor, era apacible, pero terrible cuando
irritado; el cambio era increíble.
Bolívar
tenía siempre
buen apetito, pero sabía sufrir hambre como nadie. Aunque grande apreciador y
conocedor de la buena cocina, comía con gusto los sencillos y primitivos
manjares del llanero ó del indio.
Era
muy sobrio; sus
vinos favoritos eran grave y champaña; ni en la época en que más vino tomaba
nunca le vi beber más de cuatro copas de aquel o dos de éste. Cuando se servía,
llenaba él mismo las copas de los huéspedes que sentaba a su lado.
Hacía mucho ejercicio. No he conocido a nadie que soportase
como él las fatigas. Después de una jornada que bastaría para rendir al hombre
más robusto, le he visto trabajar cinco ó seis horas, ó bailar otras tantas,
con aquella pasión que tenía por el baile.
Dormía cinco ó seis horas de las
veinticuatro, en hamaca, en catre, sobre un cuero, ó envuelto en su capa en el
suelo y a campo raso, como pudiera sobre blanda pluma. Su sueño era tan ligero
y su despertar tan pronto, que no a otra
cosa debió la salvación de la vida en el Rincón de los Toros.
En el alcance de la vista y en lo fino
del oido no le aventajaban ni los llaneros. Era diestro en el manejo de las
armas, y diestrisimo y atrevido jinete, aunque no muy apuesto a caballo.
Apasionado por los caballos, inspeccionaba personalmente su cuido, y en campaña
ó en la ciudad, visitaba varias veces al día las caballerizas. Muy esmerado en
su vestido y en extremo aseado, se bañaba todos los días, y en las tierras
calientes hasta tres veces al día.
Prefería
la vida del campo a la de la ciudad.
Destestaba a los borrachos y a los jugadores, pero más que á éstos á los
chismosos y embusteros. Era tan leal y caballeroso, que no permitía que en su
presencia se hablase mal de otros. La amistad era para él palabra sagrada.
Confiado como nadie, si descubría engaño ó falsia, no perdonaba al que de su
confianza hubiese abusado.
Su
generosidad rayaba en lo pródigo.
No sólo daba cuanto tenía suyo, sino que se endeudaba para servir a los demás.
Pródigo con lo propio, era casi mezquino con los caudales públicos. Pudo alguna
vez dar oídos a la lisonja, pero le indignaba la adulación.
Hablaba
mucho y bien;
poseía el raro don de la conversación y gustaba de referir anécdotas de su vida
pasada. Su estilo era florido y correcto; sus discursos y sus escritos están
llenos de imágenes atrevidas y originales. Sus proclamas son modelo de
elocuencia militar.
En
sus despachos lucen, a la par de la galanura del estilo, la claridad y la
precisión. En las órdenes que comunicaba á sus tenientes no olvidaba ni los
detalles más triviales: todo lo calculaba, todo lo preveía.
Tenía
el don de la persuasión y
sabía inspirar confianza a los demás. A estas cualidades se deben, en gran
parte, los asombrosos triunfos que obtuvo en circunstancias tan difíciles, que
otro hombre sin esas dotes y sin su temple de alma se habría desalentado. Genio
creador por excelencia, sacaba recursos de la nada. Grande siempre, éralo en
mayor grado en la adversidad. Bolívar derrotado era más temible que vencedor,
decían sus enemigos. Los reveses le hacian superior a sí mismo.
En el
despacho de los negocios civiles,
que nunca descuido, ni aun en campaña, era tan hábil y tan listo, como en los
demás actos de su vida. Meciéndose en la hamaca ó paseándose, las más veces a
largos pasos, pues su natural inquietud no se avenía con el reposo; con los
brazos cruzados, ó asido el cuello de la casaca con la mano izquierda y el
índice de la derecha sobre el labio superior, oía á su secretario leer la
correspondencia oficial y el sinnúmero de memoriales y cartas particulares que
le dirigían. A medida que leía el secretario iba él dictando su resolución á
los memoriales, y esta resolución, era, por lo general, irrevocable. Dictaba
luego, y hasta á tres amanuenses a la vez, los despachos oficiales y las
cartas, pues nunca dejaba una sin contestar, por humilde que fuese el que le
escribia. Aunque se le interrumpiese mientras dictaba, jamás le oí equivocarse
ni turbarse para reanudar la frase. Cuando no conocía al corresponsal ó al
solicitante, hacia una ó dos preguntas. Esto sucedía muy rara vez, porque
dotado de prodigiosa memoria, conocía no sólo a todos los oficiales del
ejércitos, sino a todos los empleados y personas notables del país. Gran
conocedor de los hombres y del corazón humano, comprendía a primera vista para
que podía servir cada cual; y en muy rara ocasión se equivocó.
Leía
mucho, a pesar del poco tiempo
que sus ocupaciones le dejaban para la lectura. Escribia muy poco de su puño,
sólo a los miembros de su familia ó a algún amigo íntimo; pero al firmar lo que
dictaba, casi siempre agregaba uno ó dos renglones de su letra. Hablaba y
escribía francés correctamente, é italiano con bastante perfección; de inglés
sabía poco, apenas lo suficiente para entender lo que leía. Conocía á fondo los
clásicos griegos y latinos, que había estudiado, y los leía siempre con gusto
en las buenas traducciones francesas. Los ataques que la prensa dirigia contra
él le impresionaban en sumo grado y la calumnia le irritaba. Hombre público por
más de veinte años, su naturaleza sensible no pudo nunca vencer esta
susceptibilidad, poco común en hombres colocados en puestos eminentes. Tenía
alta opinión de la misión sublime de la prensa, como fiscal de la moral pública
y freno de las pasiones. Al buen uso que de este agente civilizador se hace en
Inglaterra, atribuía él la grandeza y moralidad del pueblo inglés[8].
Juan Pablo Carrasquilla nos transmite su relato desde Bogotá, en agosto de 1819: 1819
escribiendo: Yo estuve presente cuando
llegó el Libertador a Palacio. Se desmontó con agilidad y subió con rapidez la
escalera. Su memoria era felicisima, pues saludaba con su nombre y apellido a
todas las personas a quienes había conocido en 1814. Sus movimientos eran airosos y desembarazados. Vestía
casaca de paño negro, de las llamadas cola de pajarito, calzón de cambrún
blanco, botas de caballería, corbatín de
cuero y morrón de lo mismo. Tenía la piel tostada por el sol de los llanos, la
cabeza bien modelada y poblada de cabellos negros, ensortijados. Los ojos
negros, penetrantes y de una movilidad eléctrica. Sus preguntas y respuestas
eran rapidas, concisas, concisas, claras y lógicas...Su inquietud y movilidad
eran extraordinarias. Cuando el hablaba o preguntaba, cogia con las dos manos
la solapa del frac; cuando escuchaba a alguien cruzaba los brazos[9].
El Coronel Gustavus Hippisley lo recuerda desde San Fernando de Apure
en mayo de 1818, observando: Bolívar es un hombre de mezquina apariencia a quién se le darían cincuenta
años de edad y no cuenta más que treinta y ocho. Tiene cinco pies y seis
pulgadas de estatura; es flaco y pálido; el rostro alargado ofrece todos los síntomas de la inquietud, de
la ansiedad, y hasta podría agregarse del desaliento y la desesperación.
Daba la impresión de haber experimentado
grandes fatigas. Sus grandes ojos oscuros que otrora fueran brillantes,
aparecían en aquel momento apagados y abatidos. Llevaba los cabellos negros
atados con una cinta en la parte posterior de la cabeza. Lucía grandes bigotes negros y ostentaba un pañuelo negro alrededor
del cuell; vestía casaca militar, pantalones azules y botas con espuelas. Todo
su aspecto apenas si respondía a la idea que yo me había formado del jefe de
los independientes. En medio de la pieza estaba suspendida una hamaca sobre la
cual Bolívar se sentaba y se acostaba o se inclinaba mientras yo estaba
hablando, porque raramente se mantenía
dos minutos en la misma posición[10].
Robert Proctor
recoge su impresión desde Lima el 1º septiembre de 1823 diciendo:
Es un hombre muy delgado y
pequeño, con aspecto de gran actividad personal; su rostro es bien
formado pero arrugado por la fatiga y la ansiedad. El fuego de sus vivaces ojos
negros es muy notable. Tiene grandes bigotes y cabello negro y encrespado.
Después de muchas oportunidades de verle, puedo decir que nunca encontré cara
que diese idea más exacta del hombre. Intrepidez, resolución, actividad,
intriga, y espíritu perseverante y resuelto, se marcaban claramente en su
semblante y se expresaban en todos los movimientos de su cuerpo.
Su traje en aquella ocasión era
sencillo, aunque militar. Vestía, como de costumbre, chaquetilla y pantalón
azules, con botas granaderas[11].
Alfonso Moyer lo vió en 1824 así:
El General Bolívar representa unos
cuarenta y cinco años de edad: estatura mediana, cuerpo excesivamente flaco. Su
aspecto es el de un hombre enfermo y fatigado. Sus modales fáciles y
desemvueltos, revelan una buena educación. La frente, si bastante despejada,
está llena de profundas arrugas. El pelo, ya escaso y muy corto, está blanco.
La cabeza es pequeña y larga. La tez y la fisonomía son españolas. La boca está
cubierta por un espeso bigote. La cuenca de los ojos no pueden juzgarse como
hundidas; y si estos ojos pueden considerarse
faltos de viveza, no dejan de ser penetrantes; casi nunca la fija sobre
su interlocutor, pero cuando los levanta lo hace con una especie de
impasibilidad tan tranquila y grave, que caracterizan la expresión de su
fisonomía, al menos en el silencio de toda pasión, como ocurrió en el momento
en que pude juzgarle, pues esta fisonomía es susceptible de animarse.
El
18 de octubre1825, José Andrews nos los describe desde el
Potosí en estos términos:
El 18
de octubre fui presentado a Bolívar.
No diré que no sintiese en el momento de la presentación la sensación peculiar
que siempre inspira la presencia de un carácter que ha llenado el mundo con sus
hechos. No obstante, si experimenté cualquier sentimiento próximo a la humildad
en la ocasión, motivado por la admiración provocada por la influencia
moral del hombre, rápidamente se disipó,
dado el modo de recibirme con un apretón de manos cordial, franco,
inglés...Como hombre a mi ver, había ganado más que Washington. Había libertado
a su país sin ayuda extranjera y con todas las desventajas posibles. Ninguna
Francia le había ofrecido sus ejércitos y tesoros para ayudarle. Ningún
Franklin, Henry y Jefferson estaban a su derecha, ni la austera, inflexible
raza de una nueva Inglaterra. La ignorancia y completa falta de experiencia de quienes lo roseaban, en
asuntos civiles y militares, echó todo sobre su genio: osó noblemente y tuvo
éxito. Su talento en la batalla y en la perseverancia inflexible a despecho de
todo obstáculo, no sobrepasan su habilidad en levantar recursos para la guerra
e imprimir a sus conciudadanos confianza en su capacidad y respeto hacia su
gobierno como jefe de un pueblo ...
En el
movimiento de ejércitos más grandes,
con material mejor formado, puede haber sido excedido; pero en las cualidades
pasivas del soldado, las más rraras que se
encuentran en el carácter militar, pocos o nadie le han igualado:
hambre, sed, calor tórrido, frío de montaña, fatígas, largas marchas (respecto
de distancia, de Caracas a Potosí, desde el centro de la mitad septentrional de
la zona tórrida hasta casi el límite extremo de la austral, en una ocasión) en
desiertos y ardientes arenales, todos fiueron soportados por él y sus
compañeros, con paciencia nunca eclipsada por semejantes o por cualesquiera
otros medios, y coronados por éxito completo. Se le ha acusado de propósitos
ambiciosos al poder absoluto; el tiempo solamente decidirá de este punto. Hasta
ahora no ha demostrado tal disposición sino más bien la inversa.
La
persona de este hombre extraordinario
quizás haya sido antes descripta: es delgado, pero de contextura activa y
resistente, y de cinco pies y siete pulgadas de estatura; rasgos más bien
afilados, nariz aguileña y expresión firme, pero de ninguna manera reveladora
de inteligencia. Además, su semblante generalmente muestra señales de fatiga y
está consumido por el afán. Sus ojos son penetrantes más bien que inteligentes,
y rara vez permite que un extraño los mire de frente...Su frente está arrugada
por el pensamiento y la ansiedad, de tal modo, que un mal ceño aparece casi
siempre en ella. Cuando daba audiencia, sentado como era su costumbre, parecía
carecer de la presencia y porte fáciles de personas en tal situación, y tenía
la torpe costumbre de pasarse las manos, adelante y atrás sobre las rodillas.
Su manera de hablar era muy rápida pero monótona, y de ningún modo daba al
extraño opinión favorable de su urbanidad...sería bastante extraño que la
figura de Bolívar no se hubiese teñido allgo con la naturaleza tormentosa,
bélica y singular de los variados escenarios que había afrontado.
...Era notablemente vivas en la
percepción de cualquier tema que se le
expusiese, adelantándose al narrador en las circunstancias, y llegando con
rapidez a la conclusión que se tenía en vista, por una especie de percepción
intuitiva...[12].
Asombra ver que en todas estas
descripciones sobresale su incansable lucha contra la adversidad,
la combatividad, la vibrada pasión de su palabra que permitió imponerse ante la
anarquía y la desventura multiplicando el tiempo en la más útil herramienta de
la emancipación.
Estas
apreciaciones, hechas por amigos y adversarios son una pequeña muestra que nos
indica como era realmente El Libertador, que impresión causaba, cuales eran sus
hábitos y aficciones, como era su voz y su carácter.
Ellos nos describen un Bolívar objetivo, en
su dimensión humana lleno de imperfecciones y apetencias, sin interferencia
afectivas ni perjuicios idolátricos que deformen su verdadero ser, por eso
hemos creído necesario dejar que los hechos y las palabras hablen por si
mismos, dejando que su imágen fluya espontáneamente.
A la inmensa soledad afectiva
causada por la singularidad de su temperamento, se le atribuyen gran cantidad
de devaneos, escarceos y facundia amatorios descollando las relaciones con Anne Lenoit; Benedicta Nadal; Bernardina
Ibáñez; Fanny Dervieux du Villard; Francisca
Zubiaga Bernarles de Gamarra; Isabel Soublette; Jeanette Hart; Joaquina
Garaicoa; Josefina (pepita) Machado; Juana Pastrana Salcedo; Julia Cobier;
Manuela Saenz Aipuru de Thorne; Manuelita Madroño; María Ignacia Rodríguez de
Velasco y Osorio, conocida entre sus amistades como La güera Rodríguez; María Joaquina Costas; María Teresa del Toro y
Alaiza y Teresa Lesnais.
También
en su azarosa vida se señalaron 11
atentados que tuvieron lugar entre los años
1807 y 1828. De los primeros el propio Libertador da cuenta a Luis Perú de Lacroix quien lo plasmó en
su famoso Diario de Bucaramanga, y varios intentos de suicidios, así
tenemos: el sábado 22 de enero de 1803
al fallecer su esposa, en 1811, al
perder el Castillo San Felipe de Puerto Cabello, en 1815 en Jamaica, el domingo 14
de julio de 1816 al regreso de la expedición de los Cayos. Después de
participar en centenaries de batallas y combates ofreciendo su pródiga vida por
la libaración de nuestra patria, fallece en Santa Marta, Colombia, el viernes
17 de diciembre de
Una
vez visto éste cuadro tragicómico y polimorfo de cualidades, emociones y
sentimientos podemos observar que en medio de su tragedia su esfuerzo fue
impulsado fundamentalmente a la guerra, la educación y la diplomacia para
cumplir así su magna obra:
la libertad de América
[1]
A principios del siglo pasado funcionó en esa casa
[2]
Véase:Obras Completas. Tomo I, p. 24.
[3]
C.F.: Perú de Lacroix.:Diario de
Bucaramanga. p. 154.
[4] Véase:Obras
Completas. Tomo I, p. 1099.
[5]
C.F.: Perú de Lacroix.: Diario de
Bucaramanga. p. 335.
[6] Memoirs of Simon Bolivar, President Liberator of the Republic of Colombia; and of his Principal Generals; secret history of the revolution, and the events which preceded it, from 1807 to the present time. With an introduction, containing an account of the statistics, and the present situation of saiis Republic; educatión, character, manners and customs of the inhabitants. Boston. S. G. Goodrich & Co. 1829. p. 323. El texto original dice: General Bolívar in his exterior, in his phisiognomy, in his whole deportment, has nothing which would be noticed as characteristic, or imposing. His manner, his conversation, his behaviour in society, have nothing extraordiinary in them; nothing which would attract the attention of any one who did not know him. On the contrary, his exterior is against him. He is five feet four inches in height, his visage is long , his cheeks hollow, his complexion a livid brown. His eyes are of middle size, and sunk deep in his head, which is covered thinly with hair, and his whole body is thin and meagre. He has the appearance of a man of sixty-five years old. In wallking, his armsare in perpetual motion. He cannot walk long, but soon becomes fatigued. Wherever he goes his stay is short, seldom more than half an hour, and as soon as he retuurns, his hammock is fixed, he sits or lies, and swings upon it after the manner of his countrymen. Large mustachios and whiskers cover a part of his face, and he is verry particular in ordering each of his officers to wear them, saying that they give a martial air. This gives him a dark and wils air, particulary when is in a passion. His eyes then become animated, and he gesticulates and speaks like a madman, threatens to shoot those with whom he is angry, steps quick across his chamber, or flings himself upon his hammock; then jumps off it, and orders people out of his presence, and frecuently arrests them. There is nothing about them which can inspire respect. When he wishes to persuade, or bring any one to his purpose, he employs the most seducing promises, taking a man by the arm, and walking and speaking with him, as with his most intimate friend. As soom as his purpose is attained, he becomes cool, haughty, and often sarcastic; but he never ridicules a man of high character, or a brave man, except in his absence. This practice of abusing people in their absence, is characteristic of the Caraguins generally.
[7]
Autobiografía. Vol 1. Editorial
Bedout S.A. Colombia. 1983. (Reproducción facsimilar de la edición original
existente en la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de América,
Washington, D.C.).
[8]
Bolívar y la emancipación de Sur-América.
Memorias del General O'Leary traducidas del ingles por su hijo Simón B. O'Leary
(1783-1819). Madrid. Sociedad Española de librería. p. 582.
[9]
Cartas de Bolívar, con notas de Rufino Blanco Fombona. París, 1913. p. 268.
[10]
A Narrative of the expedition to the
Rivers Orinoco and Apuré in South America; which sailed from England in
november 1817, and joined the patriotic forced in Venezuela and Caracas.
London: John Murray, Albemarle-Street. 1819. p. 382-383. El texto original
expresa: General Bolívar is a mean
looking person, seemingly (though but thirty-eight) about fifty year of age. He
is about five feet six inches in height; thin, salow complexion, lengthened
visage, marked with every symptom of anxiety, care, and, I could almost add,
despondency. He seemed also to have undergone great fatigue. His dark, and,
according to report, brilliant eyes, were now dull and heavy, although I could
give them credit for possessing more fire and animation when his frame was less
harassed. Black hair, loosely tied behind with a piece of riband. large
mustachios, black handkerchief round his neck, blue great coat, and blue
trowsers, boots and spurs, completed his costume. In my eyes he might have
passed for any thing but the thing he really was. Across the chamber was
suspended one of the spanish hammocks, on which he occasionally sat, lolleg,
and swang, whilst conversing, and selldom remained in the same posture for two
minutes together.
[11]
Narrative of a Journey acrooss the
Cordillera of the Andes, and of a residence in Lima and other parts of Perú, in
the years 1823 and 1824. London, Archibald Constable and Co. Edimburgh.
1825. Capítulo XXXII, p. 246. Hay una traducción
de Carlos A.Aldao publicada en 1919 por
[12]
Viaje de Buenos Aires a Potosí y Arica e
los años 1825 y 1826. Hay una traducción de Carlos Aldao, Buenos Aires .
1920.
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