domingo, 28 de junio de 2020

Relación histórica de la batalla de Carabobo según las narraciones de los Ejércitos realista y libertador

 


 










David R. Chacón Rodríguez



         Con motivo de celebrarse un nuevo aniversario de la gloriosa y espléndida victoria efectuada en las sabanas de Carabobo y la exaltación de los componentes que conforman nuestras Fuerzas Armadas Nacionales, creo que es una feliz  oportunidad, el recuerdo de aquella hermosa jornada que hace 199 años nos dieron patria, soberanía y libertad en testimonio de gratitud y admiración hacia quienes nada escatimaron para ofrecernos ese legado precioso, inmarcesible y obligante.

 

Antes de comenzar nuestra exposición, quiero llamar la atención porque me preocupa que la Historia Militar de Venezuela aún no ha sido escrita. Ya lo dijo Vicente Lecuna en 1923: Se ha dicho que las guerras de Bolívar no han sido descritas con el espíritu de análisis que se requiere.

 

Ideas parecidas expresa Diego Carbonell en 1943, cuando afirma: A la verdad, no me explico el porqué de no haberse escrito aún nuestra Historia Militar.

 

Para realizarla es necesario estudiar:

 

Los hombres (conductores); Las épocas (períodos históricos); La organización (unidades); Los equipos (armas, vehículos, uniformes); Los hechos (campañas, batallas) y las consecuencias (interpretación y comparación).

 

Lamentablemente, lo que ha ocurrido es que nuestra historia se ha escrito de repetición en repetición.

 

A mi modesto entender, existe una apatía y un desconocimiento de las fuentes documentales aunado de una carencia de sistematización por no saber trabajar en grupo. Creo que hace falta estimular a nuestros historiadores para formar equipos de investigación.

 

Consideremos por un instante que sería del hombre si de pronto se borrara de su memoria todo el pasado, eliminando el recuerdo como facultad humana. Viviríamos tan sólo el presente, que inmediatamente se convierte en pasado y que, por lo tanto, quedaría en el olvido. Nuestra vida sería apenas el momento que transcurre de manera apenas perceptible.

 

Esto lo digo porque soy de los que piensa que en el campo intelectual aún hay muchas cosas por hacer. Todos los destinos están ampliamente abiertos, sólo hay que perseverar en la intención y en el esfuerzo. El triunfo depende del temple de la voluntad empeñada. La cultura de nuestro país está aguardando la mano paciente y amorosa de quien decida adentrarse en sus existencias, con documentación hasta ahora intocada.

 

Entrando en el tema que nos ocupa, debo aclarar de la manera más sincera y afectuosa que intentaré explicar el sentido verídico del gran hecho libertario, basándome rigurosamente en las pruebas documentales existentes que nos permiten la apreciación justa y cabal del hecho.

 

Este trabajo consta de dos partes, la primera es un estudio analítico-crítico de la batalla y sus antecedentes, de acuerdo con los partes oficiales del ejército patriota que se encuentra fundamentalmente en las Memorias de O’leary, realizadas por el Libertador y el Coronel Pedro Briceño Méndez, y los documentos del ejército realista que reposan en la sección Cuba[1],  Archivo General de Indias, de Sevilla; el Archivo del General Miguel La Torre que se encuentra en el Archivo Histórico Nacional, el Archivo Histórico Militar de la calle Mártires de Alcalá y el Archivo del Ministerio de Ejército, en Madrid. Es bueno aclarar que toda esta documentación fue copiada por mi maestro el finado reverendo Hermano Nectario María. La segunda, la rica documentación existente.

 

Etimología de la palabra Carabobo:

 

Esta acción bélica, que selló la Independencia de Venezuela, adquiere ese nombre, porque se libró en la sabana de Carabobo, cerca de Valencia, lugar denominado de este modo por una sabana adyacente. En ella las tropas de la monarquía española, al mando del Mariscal de Campo Miguel de La Torre y Pando, luego de haberse batido con honor, ceden su victoria al Libertador, permitiéndole demostrar su genio militar.

 

Su nombre encierra dos voces indígenas: Cara, especie de musgo o hierba pequeña que se ve sobre el cauce de la quebrada; y Bobo, agua o corriente suave. De esta manera la palabra Carabobo designa a los musgos o hierbas que se encuentran sobre el agua del riachuelo.

 

 

Acciones precedentes a la batalla

                

El alzamiento producido en  el pueblo llamado Cabeza de San Juan, el 1º de enero de 1820 por el  general Rafael del Riego y Flórez y el coronel Antonio Quiroga y Hermida, impusieron al rey Fernando VII la Constitución Liberal española, promulgada en Cádiz, el 19 de marzo de 1812, dando paso al trienio constitucional (1820-23).

 

 


Juramento de las Cortes de Cádiz en la Iglesia Mayor Parroquial de San Fernando el 24 de septiembre de 1810, óleo sobre lienzo de José Casado del Alisal (1863), Congreso de los Diputados de Madrid.

 


 La promulgación de la Constitución de 1812, obra de Salvador Viniegra (Museo de las Cortes de Cádiz).

 

Esta situación impidió el despacho de nuevas expediciones contra la América, ya que al retener sus fuerzas disponibles para defender el imperio, privaba a los realistas del apoyo militar que tanto necesitaban.

 

Mientras tanto, como si fuera poco, en Venezuela, el ejército de General Pablo Morillo y Morillo, se retrae por su política de hostigamiento contra los venezolanos. Ante esta circunstancia a Morillo se le ordena negociar.

 


Miguel de la Torre y Pando, conde de Torrepando (Museo del Prado).

Pablo Morillo y Morillo con uniforme de capitán. Museo del Prado.

 

 


 

Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco

Hallándose el Libertador en el cuartel general de San Cristóbal, contesta la proposición que recibió de un enviado del Mariscal Miguel de la Torre y Pando, quien cumplió órdenes del General Pablo Morillo, el cual estaba deseoso de regresar a España después de seis años de lucha y desanimado con los últimos acontecimientos de su patria, proponía una tregua de un mes en la contienda, mientras se llegaba a un acuerdo formal que le devolviera la paz a América.

 

Bolívar aceptó la oferta, con la condición de que se conviniera con los jefes realistas que el único tema de la negociación sería la Independencia de Colombia.

 

Para realizar el acuerdo, cada uno nombró sus delegados y se reunieron en Trujillo. Como representantes del General español Pablo Morillo intervinieron el Brigadier Ramón Correa, el Alcalde primero de Caracas, Don Juan Rodríguez del Toro y Don Francisco González de Linares. En representación del Libertador Simón Bolívar actuaron, el general de brigada Antonio José de Sucre, el Coronel Pedro Briceño Méndez y el Teniente Coronel José Gabriel Pérez.

 

El resultado de esta negociación se dio a las diez de la noche del 25 de noviembre de 1820 cuando los plenipotenciarios firmaron un Armisticio, compuesto por quince artículos, como un primer paso para interrumpir, recíprocamente, la guerra. En él, se proponía la suspensión de las hostilidades, durante seis meses (prorrogables) a partir de la fecha de ratificación, la cual debía efectuarse dentro de sesenta horas,  con el fin de “dar al mundo un testimonio de los principios liberales y filantrópicos que animan a ambos Gobiernos ..., se comprometieron uno y otro gobierno a celebrar inmediatamente un tratado que regularice la guerra, conforme al derecho de gentes y a las prácticas más liberales, sabias y humanas de las naciones civilizadas”.

 

Mediante este tratado se pondría término a ocho años de guerra que habían desmoralizado a Venezuela, siendo indispensable restablecer los antiguos hábitos y costumbres que la humanidad reclamaba, según los principios de la razón y de la religión, además se determinaban los límites de los territorios ocupados por cada ejército.

 

Al día siguiente, el 26 de noviembre de 1820, fue firmado y sellado en Trujillo, por los mismos plenipotenciarios otro tratado que se llamó de Regularización de la guerra, compuesto por catorce artículos. El presente tratado de conformidad con el artículo catorce será ratificado dentro de sesenta horas y empezará a cumplirse desde el momento de la ratificación y canje.

 

Una vez refrendado, Morillo manifestó a sus comisionados que deseaba tener una entrevista con Bolívar, quien al saberlo aceptó gustosamente.  Morillo salió de su cuartel general de Carache y el General Bolívar del suyo, en Trujillo; rumbos al pueblo de Santa Ana situado en un punto intermedio de ellos, seguidos de algunos jefes y edecanes, en donde se entrevistaron el día 27 del mismo mes, al acercarse, se bajaron prontamente de los caballos y se precipitaron el uno hacia el otro, dándose sendos abrazos. El General La Torre procedió de igual manera y luego siguieron para el pueblo donde el General Morillo tenía preparado un agasajo.

 

   


Monumento en Santa Ana de Trujillo al abrazo de Morillo y Bolívar.

 

Este recíproco deseo de sepultar los males pasados, hizo prevalecer la razón y el respeto a los hombres ennobleciendo, en cierto modo, a estos dos generales que hicieron unir a las dos naciones, eliminando las injustas diferencias que los separaban.

      

Hay que recordar que, unos 20 días después, el 17 de diciembre, Morillo se  embarcaba para España, el Mariscal Miguel La Torre quedaba al frente del ejército realista en Venezuela. Al retirarse, Morillo se llevaba una profunda impresión de El Libertador y, en un informe reservado que dirige a la Corona, expresó: Nada es comparable –dijo- a la incansable actividad de este caudillo. Su arrojo y su talento son títulos para mantenerse a la cabeza de la revolución y de la guerra, pero es cierto que tiene de su estirpe española rastros y cualidades que le hacen superior a cuantos le rodean. Él es la revolución. 

 

No obstante, la misión fracasó por múltiples causas, figurando entre ellas, la negativa de España en reconocerle el carácter de misión diplomática por no ser un país independiente; ellos, sin embargo, dejaron una huella indeleble en las lejanas tierras de ultramar, comprobando que los libertadores no eran una horda indisciplinada, sino un conjunto de hombres cultos, enérgicos, de auténtico valor, cuyo único objetivo era hacer reconocer la soberanía de Colombia.

 

Al romperse, el 17 abril de 1821, el armisticio de Santa Ana, Bolívar dispone que las fuerzas de los cuatro  bastiones patriotas que se  encuentran en Oriente, los Llanos, los Andes y el Zulia marchen a reunirse en las sabanas de Aragua y Valencia.

      

Posteriormente, desde Barinas, el 25 de abril, el Libertador arenga su tropa diciéndole: Soldados: Todo nos promete una victoria final, porque vuestro valor no puede ser ya contrarrestado. Tanto habéis hecho, que poco os queda por hacer… (II-1173).

      

Luego, el 13 de julio, desde san Carlos, escribe al Vicepresidente:

 

Adiós, mi querido Santander; páselo Usted bien. Espero en la victoria de Carabobo que vamos a dar: forme su ejército de reserva, sea dócil con el Congreso, y tenga por mí el aprecio que yo le profeso.

      

El sábado 23, en el campo de Tinaquillo, en Taguanes, Bolívar ordenó a sus tropas vestir el uniforme de gala y, después de pasar revista les dice: Mañana seréis invictos en Carabobo.

 

En abril de 1821, al terminar el armisticio de Santa Ana, Bolívar dispone que las fuerzas de los cuatro bastiones patriotas que se encuentran en Oriente, los Llanos, los Andes y el Zulia marchen a reunirse en las sabanas de Aragua y Valencia.

 

La correspondencia cruzada entre La Torre, Bolívar y Urdaneta se encuentran en el Manifiesto que hace a los pueblos de Venezuela el Mariscal de Campo don Miguel de  La Torre, General en Jefe del Ejército Expedicionario de Costa Firme sobre la continuación de la Guerra. Caracas. Imprenta de Juan Gutiérrez. Año de 1821. En ese impreso encontramos que el Mariscal de La Torre, en carta fechada el 28 de febrero, pide a Bolívar, en cumplimiento del Armisticio, ordene a Urdaneta la evacuación de Maracaibo, y en otra posterior explica que la decisión de la independencia estaba fuera de sus facultades.

 

Bolívar, en su carta del 10 de marzo de 1821, fechada en Boconó, en Trujillo, escribía al General La Torre, exponiendo el triste estado de la tropa acantonada en los llanos, y al respecto le dice: …entre el éxito dudoso  de una campaña y el sacrificio cierto de nuestro ejército por la peste y el hambre, no se puede vacilar. Es, pues, mi deber, hacer la paz o combatir…

 

Al recibir la comunicación de Bolívar, La Torre, el 23 de mayo le contesta en los siguientes términos: Tengo el honor de acusar el recibo del oficio de V.E. de 10 del actual en Boconó de Trujillo, en el que desentendiéndose absolutamente, y como si no existiesen, de nuestras contestaciones pendientes sobre el acontecimiento de Maracaibo….me intima V.E. a el reconocimiento de la independencia por los señores comisionados por S.M. o la continuación de la guerra….

 

En este paso inesperado… me impone el deber de contestar a V.E. que  en   conformidad del oficio de V.E. y en cumplimiento del artículo 12 del tratado de armisticio que en él cita, habiéndolo recibido el 10 del actual, las operaciones militares comenzarán el 28 del próximo abril[2].

 

Al no poder llegar a un entendimiento, ambos bandos se preparan a las contingencias de la guerra.

 

PREPARATIVOS DE LA BATALLA

 

Una vez verificada la reunión con el General Páez, que trae las fuerzas del Apure, y recibidos los contingentes de Urdaneta, mandados por el Coronel Antonio Rangel, el Libertador fijó su cuartel general en San Carlos, para esperar la incorporación de sus fuerzas. Bolívar, debidamente informado de las posiciones enemigas, situó todo su ejército en las sabanas de Tinaquillo, en Taguanes y lo organiza de la siguiente manera:

      

Primera División: La integran los Batallones de Infantería Bravo de Apure y Cazadores Británicos (al mando del coronel inglés Thomas Ildeston Farriar); seguidos del Regimiento de Honor, Húsares de Páez, el Regimiento de La Muerte, los Lanceros de Honor, Cazadores Valientes, La Venganza y la reserva de caballería. Los mandaba el General de División José Antonio Páez con una infantería de 1000 hombres y la caballería compuesta por 1500 jinetes.

      

Segunda División: La forman la Brigada de la Guardia, con los Batallones Tiradores, Vargas y el Escuadrón de caballería Sagrado  al mando del impertérrito Coronel Francisco Aramendi. Al comandando de esta unidad se encuentra el General Divisionario Manuel Cedeño.

 

Tercera División: Comprende otra Brigada de la Guardia con los batallones de infantería de Rifles, (mandado por el Inglés Arturo SandesWS), Granaderos, Vengador, Anzoátegui, Dragones, Húsares y un Regimiento de la Guardia compuesto por Lanceros de Caballería al mando del intrépido Coronel Juan José Rondón. El Coronel  Ambrosio Plaza es su Comandante y el General Santiago Mariño es el jefe del Estado Mayor General.

 

 

¿Qué contingente poseía el ejército patriota?

 

El Libertador en el parte oficial que da de esta batalla al Vicepresidente de Colombia, el 25 de junio dice: El ejército español pasaba de 6.000 hombres compuesto de todo lo mejor de las expediciones pacificadoras: El ejército Libertador tenía igual fuerza que el enemigo. Como veremos más adelante este número no es exacto. El General La Torre nos da a su vez datos específicos. En su comunicación de 30 de Junio, dirigida al Secretario de Estado y del Despacho Universal de la Guerra dice: A las doce menos cuarto se presentaron los Generales Páez, Bolívar y Cedeño con 4.500 infantes y 2.500 caballos en una columna.... Según se desprende de esta información el ejército de Bolívar estaría formado por unos 7.000 guerreros, cantidad, que nos parece algo exagerada[3]. El dato más cierto que poseemos nos lo proporciona el Genera O’ Leary en el tomo trigésimo segundo de sus memorias: Una vez que nos describe el avance del ejército patriota nos dice que el 23 de Junio, Bolívar pasa revista en Tinaquillo a todas sus tropas y que éstas sumaban unos 6.500 hombres en total.

 

Respecto al ejército realista, los datos más precisos los hemos conseguido en una estadística fechada el 7 de Junio de 1821, las cuales nos proporcionan los siguientes datos:


 Caballería                      Hombres             Caballos

Lanceros del Rey                   841                      323

Húsares de Santiago             315                      300

Dragones Leales                    308                      264

Guías del General                 184                      170

Escuadrón del General          67                        0

Total                                1.715                        1.057[4]

 

Asimismo, encontramos una nómina parcial del 15 del mismo mes, que los Dragones Leales tenían 338 caballos y los Guías del General 225, que en sólo 8 días los primeros habían aumentado 74 caballos y los segundos 55, en cuanto al número de hombres de caballería se observa que los disminuyeron en una unidad.

 

En cuanto a la infantería, acampada en Carabobo para el 7 de junio, su cuadro era el siguiente:

 

1ª División

Hostalrich                            286 Hombres

Barbastro                             319 “ “ “ “

1º de Valencey                      639 “ “ “ “

 

2ª División

Burgos                                 474 Hombres

Infantes                                458 “ “ “ “

 

3ª División

Navarra (5 Compañías)         412 Hombres

Barinas (Batallón)                 386 “ “ “ “

 

5ª División

Príncipe                                283 Hombres

Compañías Sueltas               79   “ “ “ “

 

Todo esto suma tres mil treinta y seis soldados. Sin embargo, el General La Torre, en su parte oficial de la batalla, afirma que su infantería alcanzaba 2.466 unidades, lo cual se ajusta bastante a la realidad porque en la madrugada del 22 de Junio despachó la tercera de sus divisiones en auxilio del coronel José Lorenzo que había sido derrotado en San Felipe, es decir, las cinco compañías del primero de Navarra y el Batallón Barinas, ambos sumaban en total 798 soldados, y si a esta cantidad se añaden los 200 hombres de caballería que componían el quinto escuadrón de lanceros del Rey y el de Baquianos, daría un total de 998 hombres. De modo que La Torre, unas 48 horas antes de la batalla, cometió el error táctico de disminuir su frente, en unas 998 personas. A este número de soldados, falta agregar el de los Jefes y Oficiales, que alcanzaban aproximadamente a unos 120, dando un total de 1118 hombres.

 

En conclusión, según los documentos oficiales el ejército realista constaba de 4.079 unidades, de las cuales, 2.466 eran de infantería, 1.551 de caballería y 62 de artillería, y las fuerzas patriotas sumaban unos 6.500 hombres entre jinetes e infantes, de los cuales sólo la mitad de sus efectos entró en acción, siendo suficiente para alcanzar la más espléndida victoria.

 

Desarrollo de la batalla

 

La Torre completamente seguro de que Bolívar, siguiendo el plan establecido por Sucre, avanzaba por el camino real de Valencia a San Carlos, colocó sus tropas en la parte alta de Buena Vista para hacerlas invulnerables. Desde allí era fácil observar los valles de Chirgua y el campo de Carabobo. Bolívar avanzó hasta la vuelta del Naipe, situando sus batallones en las alturas que dominaban sus estrechas vegas atravesando las corrientes del riachuelo, cruzándose fuegos de artillería entre ambos lados. Observa por la posición que ocupaba La Torre,  que él esperaba el ataque por el camino de San Carlos y resolvió atacarlo por el flanco derecho y por la retaguardia, y dispuso marchar por el sendero, conocido con el nombre Pica de la Mona. La Torre al darse cuenta de este brusco cambio, destacó al batallón Burgos para que le hiciera frente, y al ver que era insuficiente, les mandó de refuerzo a los batallones Infantes y Hostalrich.

 

Para una mejor compresión de los hechos demos la palabra al General José Antonio Páez, quien  en su autobiografía nos da a conocer los pormenores de la contienda:

 

Desde principios de junio, había el enemigo concentrado sus fuerzas en Carabobo, y desde allí destacaba sus avanzadas en descubierta hasta el Tinaquillo. [ … ] Nosotros continuamos  nuestra marcha.

 

Jefes, oficiales y soldados comprendieron toda la importancia que a nuestra causa iba a dar una victoria que todos reputaban decisiva. Algunos de los más valientes decían a sus compañeros que no se empeñasen con sobrada temeridad, y según tenían por costumbre, en lance extremos si querían alcanzar la gloria de sobrevivir al triunfo y ver al fin colmados sus patrióticos deseos.

 

El ejército español que les aguardaba se componía de la flor de las  tropas expedicionarias, y sus jefes habían venido a América después de haber recogido muchos laureles en los campos de la Península, luchando heroicamente contra las huestes de Napoleón.

 

Seguimos, pues, la marcha llenos de entusiasmo, teniendo en poco todas las fatigas pasadas y presentes, con un ánimo de salir a la llanura por la boca del desfiladero en que terminaba la senda que seguidos; pero como viésemos ocupadas sus alturas por los regimientos Valencey y Bastardo, giramos hacia el flanco izquierdo  con objeto de doblar la derecha del enemigo: movimiento que ejecutamos, a pesar del nutrido  fuego de su artillería.

 

Dejando al general español los dos regimientos, antes citados, a la  boca del desfiladero, salió a disputarnos con el  resto del ejército el descenso al valle, para lo cual ocupó una pequeña eminencia que se elevaba a poca distancia del punto por donde nos proponíamos en el  llano, que era la Pica de la Mona, conducidos por un práctico que Bolívar había tomado en Tinaquillo. El batallón de Apure resistiendo vigorosamente los fuegos de la infantería enemiga, al bajar al monte, atravesó un riachuelo y mantuvo el fueron hasta que llegó la Legión Británica al mando de su bizarro coronel Farriar. Estos valientes, dignos compatriotas de los que pocos años antes se habían batido con tanta serenidad en Waterloo, estuvieron sin cejar un punto sufriendo las descargas enemigas hasta formarse en línea de batalla. Continuóse la pelea, y viendo que ya estaban escasos de cartuchos, les mandé cargar a la bayoneta. Entonces ellos, el batallón de Apure y dos compañías de tiradores, mandados por el heróico comandante Héres, obligaron al fin al enemigo a abandonar la eminencia y tomar nuevas posiciones en otra inmediata que se hallaba a la espalda.

 

De allí envió contra nuestra izquierda su caballería y el batallón de la Reina, a cuyo recibo mandé yo al Coronel Vásquez con el estado mayor y una compañía de la Guardia de Honor, mandada por el capitán Juan Ángel Bravo, quienes lograron rechazarlos y continuó batiéndose con la caballería enemiga por su espalda. Este oficial, Bravo, luchó con tal bravura que se veían después en su uniforme las señales de catorce lanzazos que  había recibido en el encuentro, sin que fuese herido, lo que hizo decir al Libertador que merecía un uniforme de oro.

 

Los batallones realistas Valencey y Barbastro, viendo que el resto del ejército iba perdiendo terreno, tuvieron que abandonar su posición para reunirse al grueso del ejército. Corrí yo a intimarles rendición, acompañado  del coronel Plaza que, dejando su división, se había reunido conmigo, deseoso de tomar parte personalmente en la refriega. Durante la carga, una bala hirió mortalmente a tan valiente oficial que allí terminó sus servicios a la Patria.

 

Reforzado yo con trescientos hombres de caballería, que salieron pro el camino real, cargué con ellos a Barbastro y tuvo que rendir armas: en seguida fuimos sobre Valencey que iba poco distante de aquel otro regimiento y que, apoyándose en la quebrada de Carabobo, resistió la carga que le dimos. En esta ocasión estuve yo a pique de no sobrevivir a la victoria, pues habiendo sido acometido repentinamente de aquel terrible ataque que me privaba del sentido, me quedé en el ardor de la carga entre un tropel de enemigos, y tal vez hubiera sido muerto, si el comandante Antonio Martínez, de la caballería de Morales, no me hubiera sacado de aquel lugar. –Tomó él las riendas de mi caballo, y montándolo en las ancas de este aun teniente de los patriotas llamado Alejandro Salazar, alias Guadalupe, para sostenerme sobre la silla, ambos me  pusieron en salvo entre los míos.

 

Al mismo tiempo el valiente general Cedeño, inconsolable por no haber podido entrar en acción con las tropas de su mando, avanzó con  un piquete de caballería, hasta un cuarto de milla más allá de la quebrada, alcanzó al enemigo y al cargarle cayó muerto de un balazo.

 

A tiempo que yo recobraba el sentido se me reunió Bolívar, y en medio de vítores me ofreció en nombre del Congreso el grado de General en Jefe.

 

Anécdotas de la Batalla de Carabobo.

 

El general José Antonio Páez Herrera estuvo a punto de no sobrevivir en esa batalla. Fue acometido por un ataque de epilepsia que lo dejó sin conocimiento en medio de un tropel de enemigos y lo salva un llanero realista, el comandante Antonio Martínez de la caballería de Morales. Tomó Martínez las riendas del caballo de Páez y lo montó, en el anca de éste colocó a un teniente de los patriotas llamado Alejandro Salazar alias Guadalupe para sostenerlo en la silla y es devuelto a las filas patriotas en vez de hacerlo prisionero.

 

Actuación de Pedro Camejo “negro primero”[5]

 

       En medio de la batalla, Páez ve salir a un jinete, a quien reconoce y sin ocultar su asombro lo apostrofa diciendo ¡Tienes Miedo! ¿Acaso no quedan todavía enemigos? ¡Vuélvete y sigue luchando!  Al oír estas palabras, el negro arroja por tierra su lanza de combate y pone al descubierto su desnudo pecho destrozado, por donde sangran dos profundas heridas, y exclamó con voz apagada ¡Mi General vengo a despedirme, porque estoy muerto[6]! Cayéndose de inmediato sin vida a los pies del General sobre el polvo revuelto. Después de la batalla, Bolívar fue el primero en lamentar la muerte de este hombre extraordinario.

 

       La Torre arroja sobre la izquierda de Páez todos los jinetes con el objeto de envolverlo. Pero Páez lanza contra ellos la caballería de su Estado Mayor y una compañía de la Guardia de Honor, a las órdenes de los impetuosos Vásquez y Juan Bravo. Este último, luchó con tal denuedo y valentía que en su uniforme se lograban ver las 14 marcas de lanza que había recibido, sin tener herida alguna, lo que hizo decir al Libertador que “merecía un uniforme de oro”.

 

Páez y Plaza vencen al batallón Barbastro con la mala suerte que muere este último, y  lo que queda ahora es hacer rendir al Valencey para ganar la Batalla, pero cuando Páez se disponía a realizar esta hazaña le sobrevino un sorpresivo ataque de epilepsia, que hizo peligrar su vida, de no ser por la intervención del comandante de aquel lugar, quien tomó las riendas del caballo de Páez y montó en las ancas a su teniente patriota, llamado Alejandro Salazar, alías “Guadalupe”,  para que lo sostuviera sobre la silla y lo pusiera a salvo en el flanco patriota. Por la valiosa actuación de Páez en esta batalla, el Libertador lo ascendió a General en Jefe. En esta batalla perdió la vida el General Manuel Cedeño.

 

Al verse perdido los realistas, el Coronel Tomás García emprendió la retirada, huyendo para Valencia.

 

A pesar de los 206 muertos y heridos graves, el triunfo del ejército venezolano fue completo.

 

Consecuencias del triunfo de Carabobo

 

La conclusión inmediata de esta acción de guerra fue el aniquilamiento total del ejército realista, que perdió, según el General La Torre, 2908 hombres, lográndose salvar apenas 1171, los prisioneros de guerra ascendieron a 2000, produciendo la pérdida de casi todas las provincias a excepción de Puerto Cabello y Cumaná, la cual fue ocupada poco después por Bermúdez.

 

Es bueno concluir afirmando, que los datos dados por el General La Torre fueron alterados para poder justificar así su derrota, ya que difiere de los informes hechos en Puerto Cabello, el 21 de Septiembre de 1821, por su Estado Mayor. De este modo, el ejército realista había perdido en Carabobo 3.337 unidades. De la tropa que actuaba en Caracas con Pereira, sólo 266 llegaron a Puerto Cabello, y la tercera división que se hallaba en Nirgua, tuvo también una gran baja de desertores. En Mayo de 1821 el total de las fuerzas realistas en Venezuela ascendían a 10.282 hombres; el 21 de Septiembre del mismo año quedaron reducidos a 3.134, lo que puso en evidencia la pérdida de su poder, en todo el territorio venezolano a excepción de Puerto Cabello y Cumaná.

 

Para todos, la mejor enseñanza de Carabobo, es la lección de la unión y la concordia. Las grandes metas no se alcanzan sino con la unión. Su esfuerzo nos debe estimular a trabajar, crear y avanzar en el perfeccionamiento de nuestras acciones relativas a nuestro destino común: presente y porvenir.

 

Así como Carabobo fue ayer la conjunción armoniosa de nuestros libertadores en una suprema decisión de patria. Ahora nos toca cuidar, proteger y defender el patrimonio moral y material de la Nación, conservando nuestros derechos, garantías y libertades, recordando el sublime esfuerzo de Carabobo, cada día, conservando el disfrute de nuestra democracia

 

Los monumentos

 

El conjunto monumental que apreciamos en la actualidad en el Campo de Carabobo no fue realizado en un mismo momento, sino que se construyó en diversas etapas en 1921, 1931 y 1936. Lo integran el Arco de Triunfo, el Altar de la Patria, las Pirámides alegóricas de España y Venezuela, la Avenida de los Héroes, la Tumba al Soldado Desconocido y lámpara votiva –como obras centrales- y los Monolitos ubicados en diferentes sitios  del campo. Posteriormente se incorporaron la avenida monumental, el Monumento al soldado venezolano, los medallones de los próceres y otras obras así como los jardines creados especialmente para el lugar.

 

Fue decretado Monumento Histórico Nacional (Gaceta Oficial N°26593, de fecha 3/7/1961) y Sitio de Patrimonio Histórico, integrado por los monumentos, el espacio geográfico de la batalla y las zonas de protección (Gaceta Oficial Nº 34.148 de fecha 4/5/1988 y Gaceta Oficial Nº 37,170 de fecha 30/3/2001.

 

Arco de Triunfo

 

Fue diseñado por Alejandro Chataing y Ricardo Razetti y construido por Razetti y Manuel Vicente Hernández.

 

Se inauguró el 24 de junio de 1921, en conmemoración del primer centenario de la Batalla de Carabobo.

 

Alcanza una altura de 26 metros. Las esculturas y relieves fueron creados por Lorenzo González, excepto el busto que simboliza la República, situado en la parte superior, obra de Pedro Basálo. En la cúspide de las columnas están las alegorías de la Paz, a la izquierda y la victoria, a la derecha.  En el Medallón central por un lado está el relieve de Simón Bolívar, el gran estratega del triunfo, y por otro el de José Antonio Páez, héroe indiscutible de Carabobo. Las bases de las columnas están decoradas con relieves que hacen alusión a dos fechas 1821 y 1921. Los de 1821 se refieren a momentos importantes del enfrentamiento, en uno Simón Bolívar en el cerro Buenavista y en otro, Páez y Pedro Camejo. Los de 1921 son alegorías de los tiempos de Juan Vicente Gómez: los problemas de la guerra y las secuelas de la miseria, el otro simboliza la paz, el trabajo, la agricultura y la industria en tiempos de paz.

 

Altar de la Patria

                     

 

Está ubicado al oeste del Arco de Triunfo, en el glorioso Campo de Carabobo. Fue diseñado por el escultor sevillano Antonio Rodríguez de Villar[7], para conmemorar la batalla que selló la Independencia de nuestro país en el Campo de Carabobo.

 

Su gran preocupación era que el Monumento debía convertirse en el protagonista de aquella inmensa sabana.

 

Una vez finalizada la maqueta fue presentada al General Gómez, Cuando la vio, comenzó a dar vueltas alrededor de la mesa, y sin apartar la mirada del trabajo, exclamó: “Esto es lo que yo quería. Me gusta”.

 

Al ser aprobada, viaja Caracas para firmar y legalizar el contrato con el Gobierno; la suma acordada fue de un millón de bolívares, con ese dinero debía él buscar un taller de fundición, costear los gastos de la elaboración de la totalidad del monumento y los traslados de las esculturas a Venezuela. Para ese momento no existía un taller que pudiera vaciar obras de heroicas proporciones; ante tal incertidumbre decidió oír a un amigo escultor que le recomendó dirigirse a Florencia, y allí contrató a  la Fundición Vignal que se comprometió a realizar parte de la obra, ya que el tiempo era un factor esencial para la ejecución del Monumento; en Barcelona, España, encontró otro taller que se encargó del trabajo restante.

 

Se inaugura el 17 de diciembre de 1930, al cumplirse el primer centenario de la muerte del Libertador.

 

Camino hacia el Monumento, se encuentran una serie de bustos que representan a los más importantes jefes y oficiales que participaron en la Batalla.

El monumento descansa sobre un pedestal rectangular y posee dos alas laterales de bases rectangulares. En la parte superior del pedestal del centro se encuentra una estatua ecuestre de El Libertador, conducido por El Genio y La Gloria y apoyado sobre un grupo de vencidos.

Las dos estatuas ecuestres, a la derecha de El Libertador son los generales José Antonio Páez y Santiago Mariño; a la izquierda el General Manuel Cedeño y el Coronel Ambrosio Plaza.

En la cara anterior del pedestal central está la alegoría del Altar de la Patria representado por una escalera de siete peldaños con una estrella de bronce en cada uno, símbolo de las siete provincias que constituían la Capitanía General de Venezuela. A continuación de las escaleras, se encuentra una lápida de piedra y luego, sobre una base semicircular tres esculturas femeninas de pie, una representa a la raza española, otra a la indígena y la central, que se encuentra abrazando a ambas es la raza iberoamericana, la nueva raza.

En las dos alas laterales hay dos relojes de bronce; el que está a la derecha de El Libertador indica, con espadas, la hora de comienzo de la Batalla y el de la izquierda, con laureles, la hora de la victoria.

Una estatua pedestre en el primer plinto a la derecha, simboliza la Independencia, levanta una espada corta en actitud de defender la obra de los héroes de Carabobo y apoya la mano izquierda en un escudo símbolo de la fortaleza. La estatua pedestre a la izquierda de El Libertador, simboliza La República, levanta, en su mano izquierda, la antorcha de El Progreso y apoya su mano derecha en una espada, símbolo de La Potencia.

Los altos relieves representan distintos momentos de la Batalla.

A izquierda y derecha del monumento central se encuentran dos estatuas, dos leones laterales y los escudos de Venezuela y España en mosaico veneciano, que rematan en un cóndor de bronce con las alas desplegadas: una de ellas representa a Venezuela y la otra a España”[8].

 

 


 



[1] Después de la capitulación de Francisco Tomás Morales en Maracaibo, el 3 de agosto de 1823, y la toma de Puerto Cabello por el General José Antonio Páez Herrera, el 8 de noviembre de aquel mismo año, el voluminoso archivo de éste ejército, fue llevado a Cuba, luego lo trasladan  a España y lo depositaron en el Archivo General de Indias, en la sección correspondiente a Cuba, por ser enviado desde esta isla. Forman los Legajos 758 a 887; 896 a 920 y 2270 a 2316).

[2] Ídem, pág. 33

[3] Archivo del General Miguel La Torre, legajo 21, fol. 73.

[4] AGI. Cuba, leg 910 A, 910 B, 911 A y 911 B.

[5] En la obra del historiador José Manuel Groot, titulada Historia de la Gran Colombia, tercer volumen, página 122, en nota al pie de página describe: Pérdidas notables del ejército Libertador: el General Cedeño, el Comandante Mellado, que mandaba los dragones de la Guardia de Páez, el General Ambrosio Plaza y el Teniente Camejo, alias El Negro Primero, llamado así  por los llaneros, porque era, según su expresión, el primero que mojaba la cuchara. Los llaneros llaman así a la Lanza. En efecto, no es lo mismo llegar de primero  al combate, que mojar la cuchara de primero, es decir, mojarla en sangre, cual es la intención popular y maliciosa de esa expresión llanera.

[6] Este es una frase celebre, que el escritor  Eduardo Blanco imagino oír en el Campo de Batalla en Carabobo, para darle proyección histórica.

[7] Nacido el 24 de septiembre de 1880,

[8] C.F.: El Farol,1966, 14, y https://antoniorodriguezdelvillar.blogspot.com/2009/ por Arístides Ureña Ramos




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