Con motivo de celebrarse un nuevo aniversario de la gloriosa y espléndida victoria efectuada en las sabanas de Carabobo y la exaltación de los componentes que conforman nuestras Fuerzas Armadas Nacionales, creo que es una feliz oportunidad, el recuerdo de aquella hermosa jornada que hace 199 años nos dieron patria, soberanía y libertad en testimonio de gratitud y admiración hacia quienes nada escatimaron para ofrecernos ese legado precioso, inmarcesible y obligante.
Antes de
comenzar nuestra exposición, quiero llamar la atención porque me preocupa que
la Historia Militar de Venezuela aún no ha sido escrita. Ya lo dijo Vicente
Lecuna en 1923: Se ha dicho que las
guerras de Bolívar no han sido descritas con el espíritu de análisis que se
requiere.
Ideas parecidas
expresa Diego Carbonell en 1943, cuando afirma: A la verdad, no me explico el porqué de no haberse escrito aún nuestra
Historia Militar.
Para realizarla
es necesario estudiar:
Los hombres
(conductores); Las épocas (períodos históricos); La organización (unidades);
Los equipos (armas, vehículos, uniformes); Los hechos (campañas, batallas) y las
consecuencias (interpretación y comparación).
Lamentablemente,
lo que ha ocurrido es que nuestra historia se ha escrito de repetición en repetición.
A mi modesto
entender, existe una apatía y un desconocimiento de las fuentes documentales
aunado de una carencia de sistematización por no saber trabajar en grupo. Creo
que hace falta estimular a nuestros historiadores para formar equipos de
investigación.
Consideremos por
un instante que sería del hombre si de pronto se borrara de su memoria todo el
pasado, eliminando el recuerdo como facultad humana. Viviríamos tan sólo el
presente, que inmediatamente se convierte en pasado y que, por lo tanto,
quedaría en el olvido. Nuestra vida sería apenas el momento que transcurre de
manera apenas perceptible.
Esto lo digo
porque soy de los que piensa que en el campo intelectual aún hay muchas cosas
por hacer. Todos los destinos están ampliamente abiertos, sólo hay que
perseverar en la intención y en el esfuerzo. El triunfo depende del temple de
la voluntad empeñada. La cultura de nuestro país está aguardando la mano
paciente y amorosa de quien decida adentrarse en sus existencias, con
documentación hasta ahora intocada.
Entrando en el
tema que nos ocupa, debo aclarar de la manera más sincera y afectuosa que
intentaré explicar el sentido verídico del gran hecho libertario, basándome
rigurosamente en las pruebas documentales existentes que nos permiten la
apreciación justa y cabal del hecho.
Este trabajo
consta de dos partes, la primera es un estudio analítico-crítico de la batalla
y sus antecedentes, de acuerdo con los partes oficiales del ejército patriota
que se encuentra fundamentalmente en las Memorias de O’leary, realizadas por el
Libertador y el Coronel Pedro Briceño Méndez, y los documentos del ejército
realista que reposan en la sección Cuba[1], Archivo General de Indias, de Sevilla; el
Archivo del General Miguel La Torre
que se encuentra en el Archivo Histórico
Nacional, el Archivo Histórico
Militar de la calle Mártires de Alcalá y el Archivo del Ministerio de Ejército, en Madrid. Es bueno aclarar que
toda esta documentación fue copiada por mi maestro el finado reverendo Hermano
Nectario María. La segunda, la rica documentación existente.
Etimología
de la palabra Carabobo:
Esta
acción bélica, que selló la Independencia de Venezuela, adquiere ese nombre,
porque se libró en la sabana de Carabobo, cerca de Valencia, lugar denominado
de este modo por una sabana adyacente. En ella las tropas de la monarquía
española, al mando del Mariscal de Campo Miguel de La Torre y Pando, luego de haberse
batido con honor, ceden su victoria al Libertador, permitiéndole demostrar su
genio militar.
Su nombre
encierra dos voces indígenas: Cara, especie de musgo o hierba pequeña que se ve
sobre el cauce de la quebrada; y Bobo, agua o corriente suave. De esta manera
la palabra Carabobo designa a los musgos
o hierbas que se encuentran sobre el agua del riachuelo.
Acciones precedentes a la batalla
El alzamiento
producido en el pueblo llamado Cabeza de
San Juan, el 1º de enero de 1820 por el general
Rafael del Riego y Flórez y el coronel Antonio Quiroga y Hermida, impusieron al rey Fernando VII la Constitución
Liberal española, promulgada en Cádiz, el 19 de marzo de 1812, dando paso al
trienio constitucional (1820-23).
Juramento de las
Cortes de Cádiz en la Iglesia Mayor Parroquial de San Fernando el 24 de
septiembre de 1810, óleo sobre lienzo de José Casado del Alisal (1863),
Congreso de los Diputados de Madrid.
Esta situación
impidió el despacho de nuevas expediciones contra la América, ya que al retener
sus fuerzas disponibles para defender el imperio, privaba a los realistas del
apoyo militar que tanto necesitaban.
Mientras tanto,
como si fuera poco, en Venezuela, el ejército de General Pablo Morillo y
Morillo, se retrae por su política de hostigamiento contra los venezolanos.
Ante esta circunstancia a Morillo se le ordena negociar.
Miguel de la Torre y Pando, conde de Torrepando (Museo del Prado).
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco
Hallándose el
Libertador en el cuartel general de San Cristóbal, contesta la proposición que
recibió de un enviado del Mariscal Miguel de la Torre y Pando, quien cumplió
órdenes del General Pablo Morillo, el cual estaba deseoso de regresar a España
después de seis años de lucha y desanimado con los últimos acontecimientos de
su patria, proponía una tregua de un mes en la contienda, mientras se llegaba a
un acuerdo formal que le devolviera la paz a América.
Bolívar aceptó la
oferta, con la condición de que se conviniera con los jefes realistas que el
único tema de la negociación sería la Independencia de Colombia.
Para realizar el
acuerdo, cada uno nombró sus delegados y se reunieron en Trujillo. Como
representantes del General español Pablo Morillo intervinieron el Brigadier
Ramón Correa, el Alcalde primero de Caracas, Don Juan Rodríguez del Toro y Don
Francisco González de Linares. En representación del Libertador Simón Bolívar
actuaron, el general de brigada Antonio José de Sucre, el Coronel Pedro Briceño
Méndez y el Teniente Coronel José Gabriel Pérez.
El resultado de
esta negociación se dio a las diez de la noche del 25 de noviembre de 1820
cuando los plenipotenciarios firmaron un Armisticio, compuesto por quince
artículos, como un primer paso para interrumpir, recíprocamente, la guerra. En
él, se proponía la suspensión de las hostilidades, durante seis meses
(prorrogables) a partir de la fecha de ratificación, la cual debía efectuarse
dentro de sesenta horas, con el fin de “dar al mundo un testimonio de los principios
liberales y filantrópicos que animan a ambos Gobiernos ..., se comprometieron
uno y otro gobierno a celebrar inmediatamente un tratado que regularice la
guerra, conforme al derecho de gentes y a las prácticas más liberales, sabias y
humanas de las naciones civilizadas”.
Mediante este
tratado se pondría término a ocho años de guerra que habían desmoralizado a
Venezuela, siendo indispensable restablecer los antiguos hábitos y costumbres
que la humanidad reclamaba, según los principios de la razón y de la religión,
además se determinaban los límites de los territorios ocupados por cada
ejército.
Al día siguiente,
el 26 de noviembre de 1820, fue firmado y sellado en Trujillo, por los mismos
plenipotenciarios otro tratado que se llamó de Regularización de la guerra, compuesto por catorce artículos. El
presente tratado de conformidad con el artículo catorce será ratificado dentro de sesenta horas y
empezará a cumplirse desde el momento de la ratificación y canje.
Una vez refrendado,
Morillo manifestó a sus comisionados que deseaba tener una entrevista con
Bolívar, quien al saberlo aceptó gustosamente.
Morillo salió de su cuartel general de Carache y el General Bolívar del
suyo, en Trujillo; rumbos al pueblo de Santa Ana situado en un punto intermedio
de ellos, seguidos de algunos jefes y edecanes, en donde se entrevistaron el
día 27 del mismo mes, al acercarse, se bajaron prontamente de los caballos y se
precipitaron el uno hacia el otro, dándose sendos abrazos. El General La Torre
procedió de igual manera y luego siguieron para el pueblo donde el General
Morillo tenía preparado un agasajo.
Monumento en Santa Ana de Trujillo al abrazo de Morillo y Bolívar.
Este recíproco
deseo de sepultar los males pasados, hizo prevalecer la razón y el respeto a
los hombres ennobleciendo, en cierto modo, a estos dos generales que hicieron
unir a las dos naciones, eliminando las injustas diferencias que los separaban.
Hay que recordar
que, unos 20 días después, el 17 de diciembre, Morillo se embarcaba para España, el Mariscal Miguel La
Torre quedaba al frente del ejército realista en Venezuela. Al retirarse,
Morillo se llevaba una profunda impresión de El Libertador y, en un informe
reservado que dirige a la Corona, expresó: Nada
es comparable –dijo- a la incansable
actividad de este caudillo. Su arrojo y su talento son títulos para mantenerse
a la cabeza de la revolución y de la guerra, pero es cierto que tiene de su
estirpe española rastros y cualidades que le hacen superior a cuantos le
rodean. Él es la revolución.
No obstante, la
misión fracasó por múltiples causas, figurando entre ellas, la negativa de
España en reconocerle el carácter de misión diplomática por no ser un país
independiente; ellos, sin embargo, dejaron una huella indeleble en las lejanas
tierras de ultramar, comprobando que los libertadores no eran una horda
indisciplinada, sino un conjunto de hombres cultos, enérgicos, de auténtico
valor, cuyo único objetivo era hacer reconocer la soberanía de Colombia.
Al romperse, el
17 abril de 1821, el armisticio de Santa
Ana, Bolívar dispone que las fuerzas de los cuatro bastiones patriotas que se encuentran en Oriente, los Llanos, los Andes
y el Zulia marchen a reunirse en las sabanas de Aragua y Valencia.
Posteriormente,
desde Barinas, el 25 de abril, el Libertador arenga su tropa diciéndole: Soldados: Todo nos promete una victoria
final, porque vuestro valor no puede ser ya contrarrestado. Tanto habéis hecho,
que poco os queda por hacer… (II-1173).
Luego, el 13 de
julio, desde san Carlos, escribe al Vicepresidente:
Adiós, mi querido Santander; páselo Usted bien.
Espero en la victoria de Carabobo que vamos a dar: forme su ejército de
reserva, sea dócil con el Congreso, y tenga por mí el aprecio que yo le
profeso.
El sábado 23, en
el campo de Tinaquillo, en Taguanes, Bolívar ordenó a sus tropas vestir el
uniforme de gala y, después de pasar revista les dice: Mañana seréis invictos en Carabobo.
En abril de
1821, al terminar el armisticio de Santa Ana, Bolívar dispone que las fuerzas
de los cuatro bastiones patriotas que se encuentran en Oriente, los Llanos, los
Andes y el Zulia marchen a reunirse en las sabanas de Aragua y Valencia.
La
correspondencia cruzada entre La Torre, Bolívar y Urdaneta se encuentran en el Manifiesto que hace a los pueblos de
Venezuela el Mariscal de Campo don Miguel de
La Torre, General en Jefe del Ejército Expedicionario de Costa Firme
sobre la continuación de la Guerra. Caracas. Imprenta de Juan Gutiérrez.
Año de 1821. En ese impreso encontramos que el Mariscal de La Torre, en carta
fechada el 28 de febrero, pide a Bolívar, en cumplimiento del Armisticio,
ordene a Urdaneta la evacuación de Maracaibo, y en otra posterior explica que
la decisión de la independencia estaba fuera de sus facultades.
Bolívar, en su
carta del 10 de marzo de 1821, fechada en Boconó, en Trujillo, escribía al
General La Torre, exponiendo el triste estado de la tropa acantonada en los
llanos, y al respecto le dice: …entre el
éxito dudoso de una campaña y el
sacrificio cierto de nuestro ejército por la peste y el hambre, no se puede
vacilar. Es, pues, mi deber, hacer la paz o combatir…
Al recibir la comunicación de Bolívar, La Torre, el
23 de mayo le contesta en los siguientes términos: Tengo el honor de acusar el
recibo del oficio de V.E. de 10 del actual en Boconó de Trujillo, en el que
desentendiéndose absolutamente, y como si no existiesen, de nuestras
contestaciones pendientes sobre el acontecimiento de Maracaibo….me intima V.E.
a el reconocimiento de la independencia por los señores comisionados por S.M. o
la continuación de la guerra….
En este paso inesperado… me impone el deber de
contestar a V.E. que en conformidad del oficio de V.E. y en
cumplimiento del artículo 12 del tratado de armisticio que en él cita,
habiéndolo recibido el 10 del actual, las operaciones militares comenzarán el
28 del próximo abril[2].
Al no poder
llegar a un entendimiento, ambos bandos se preparan a las contingencias de la
guerra.
PREPARATIVOS DE
LA BATALLA
Una vez verificada
la reunión con el General Páez, que trae las fuerzas del Apure, y recibidos los
contingentes de Urdaneta, mandados por el Coronel Antonio Rangel, el Libertador
fijó su cuartel general en San Carlos, para esperar la incorporación de sus
fuerzas. Bolívar, debidamente informado de las posiciones enemigas, situó todo
su ejército en las sabanas de Tinaquillo, en Taguanes y lo organiza de la
siguiente manera:
Primera División: La integran los Batallones de
Infantería Bravo de Apure y Cazadores Británicos (al mando del coronel inglés Thomas
Ildeston Farriar); seguidos del Regimiento de Honor, Húsares de Páez, el
Regimiento de La Muerte, los Lanceros de Honor, Cazadores Valientes, La
Venganza y la reserva de caballería. Los mandaba el General de División José
Antonio Páez con una infantería de 1000 hombres y la caballería compuesta por
1500 jinetes.
Segunda División: La forman la Brigada de la
Guardia, con los Batallones Tiradores, Vargas y el Escuadrón de caballería Sagrado
al mando del impertérrito Coronel Francisco Aramendi. Al comandando de
esta unidad se encuentra el General Divisionario Manuel Cedeño.
Tercera División: Comprende otra Brigada de la
Guardia con los batallones de infantería de Rifles, (mandado por el Inglés
Arturo SandesWS), Granaderos, Vengador, Anzoátegui, Dragones, Húsares y un
Regimiento de la Guardia compuesto por Lanceros de Caballería al mando del
intrépido Coronel Juan José Rondón. El Coronel
Ambrosio Plaza es su Comandante y el General Santiago Mariño es el jefe
del Estado Mayor General.
¿Qué contingente poseía el ejército patriota?
El Libertador en
el parte oficial que da de esta batalla al Vicepresidente de Colombia, el 25 de
junio dice: El ejército español pasaba de 6.000 hombres compuesto de todo lo
mejor de las expediciones pacificadoras: El ejército Libertador tenía igual
fuerza que el enemigo. Como veremos más adelante este número no es exacto. El
General La Torre nos da a su vez datos específicos. En su comunicación de 30 de
Junio, dirigida al Secretario de Estado y del Despacho Universal de la Guerra
dice: A las doce menos cuarto se
presentaron los Generales Páez, Bolívar y Cedeño con 4.500 infantes y 2.500
caballos en una columna.... Según se desprende de esta información el
ejército de Bolívar estaría formado por unos 7.000 guerreros, cantidad, que nos
parece algo exagerada[3].
El dato más cierto que poseemos nos lo proporciona el Genera O’ Leary en el
tomo trigésimo segundo de sus memorias: Una vez que nos describe el avance del
ejército patriota nos dice que el 23 de Junio, Bolívar pasa revista en
Tinaquillo a todas sus tropas y que éstas sumaban unos 6.500 hombres en total.
Respecto al ejército realista, los datos más precisos los hemos conseguido en una estadística fechada el 7 de Junio de 1821, las cuales nos proporcionan los siguientes datos:
Lanceros del Rey 841 323
Húsares de Santiago 315 300
Dragones Leales 308 264
Guías del General 184 170
Escuadrón del General 67 0
Total 1.715 1.057[4]
Asimismo,
encontramos una nómina parcial del 15 del mismo mes, que los Dragones Leales
tenían 338 caballos y los Guías del General 225, que en sólo 8 días los
primeros habían aumentado 74 caballos y los segundos 55, en cuanto al número de
hombres de caballería se observa que los disminuyeron en una unidad.
En cuanto a la
infantería, acampada en Carabobo para el 7 de junio, su cuadro era el
siguiente:
1ª División
Hostalrich 286 Hombres
Barbastro 319 “ “ “ “
1º de Valencey 639
“ “ “ “
2ª División
Burgos 474 Hombres
Infantes 458 “ “ “ “
3ª División
Navarra (5
Compañías) 412 Hombres
Barinas
(Batallón) 386 “ “ “ “
5ª División
Príncipe 283 Hombres
Compañías
Sueltas 79 “ “ “ “
Todo esto suma
tres mil treinta y seis soldados. Sin embargo, el General La Torre, en su parte
oficial de la batalla, afirma que su infantería alcanzaba 2.466 unidades, lo
cual se ajusta bastante a la realidad porque en la madrugada del 22 de Junio
despachó la tercera de sus divisiones en auxilio del coronel José Lorenzo que
había sido derrotado en San Felipe, es decir, las cinco compañías del primero
de Navarra y el Batallón Barinas, ambos sumaban en total 798 soldados, y si a
esta cantidad se añaden los 200 hombres de caballería que componían el quinto
escuadrón de lanceros del Rey y el de Baquianos, daría un total de 998 hombres.
De modo que La Torre, unas 48 horas antes de la batalla, cometió el error
táctico de disminuir su frente, en unas 998 personas. A este número de
soldados, falta agregar el de los Jefes y Oficiales, que alcanzaban
aproximadamente a unos 120, dando un total de 1118 hombres.
En conclusión,
según los documentos oficiales el ejército realista constaba de 4.079 unidades,
de las cuales, 2.466 eran de infantería, 1.551 de caballería y 62 de
artillería, y las fuerzas patriotas sumaban unos 6.500 hombres entre jinetes e
infantes, de los cuales sólo la mitad de sus efectos entró en acción, siendo
suficiente para alcanzar la más espléndida victoria.
Desarrollo de la
batalla
La Torre
completamente seguro de que Bolívar, siguiendo el plan establecido por Sucre,
avanzaba por el camino real de Valencia a San Carlos, colocó sus tropas en la
parte alta de Buena Vista para hacerlas invulnerables. Desde allí era fácil
observar los valles de Chirgua y el campo de Carabobo. Bolívar avanzó hasta la
vuelta del Naipe, situando sus batallones en las alturas que dominaban sus
estrechas vegas atravesando las corrientes del riachuelo, cruzándose fuegos de
artillería entre ambos lados. Observa por la posición que ocupaba La
Torre, que él esperaba el ataque por el
camino de San Carlos y resolvió atacarlo por el flanco derecho y por la
retaguardia, y dispuso marchar por el sendero, conocido con el nombre Pica de
la Mona. La Torre al darse cuenta de este brusco cambio, destacó al batallón
Burgos para que le hiciera frente, y al ver que era insuficiente, les mandó de
refuerzo a los batallones Infantes y Hostalrich.
Para una mejor
compresión de los hechos demos la palabra al General José Antonio Páez,
quien en su autobiografía nos da a
conocer los pormenores de la contienda:
Desde principios de junio, había el enemigo
concentrado sus fuerzas en Carabobo, y desde allí destacaba sus avanzadas en
descubierta hasta el Tinaquillo. [ … ] Nosotros continuamos nuestra marcha.
Jefes, oficiales y soldados comprendieron toda la
importancia que a nuestra causa iba a dar una victoria que todos reputaban
decisiva. Algunos de los más valientes decían a sus compañeros que no se
empeñasen con sobrada temeridad, y según tenían por costumbre, en lance
extremos si querían alcanzar la gloria de sobrevivir al triunfo y ver al fin
colmados sus patrióticos deseos.
El ejército español que les aguardaba se componía de
la flor de las tropas expedicionarias, y
sus jefes habían venido a América después de haber recogido muchos laureles en
los campos de la Península, luchando heroicamente contra las huestes de
Napoleón.
Seguimos, pues, la marcha llenos de entusiasmo,
teniendo en poco todas las fatigas pasadas y presentes, con un ánimo de salir a
la llanura por la boca del desfiladero en que terminaba la senda que seguidos;
pero como viésemos ocupadas sus alturas por los regimientos Valencey y
Bastardo, giramos hacia el flanco izquierdo
con objeto de doblar la derecha del enemigo: movimiento que ejecutamos,
a pesar del nutrido fuego de su
artillería.
Dejando al general español los dos regimientos,
antes citados, a la boca del
desfiladero, salió a disputarnos con el
resto del ejército el descenso al valle, para lo cual ocupó una pequeña
eminencia que se elevaba a poca distancia del punto por donde nos proponíamos
en el llano, que era la Pica de la Mona,
conducidos por un práctico que Bolívar había tomado en Tinaquillo. El batallón
de Apure resistiendo vigorosamente los fuegos de la infantería enemiga, al
bajar al monte, atravesó un riachuelo y mantuvo el fueron hasta que llegó la
Legión Británica al mando de su bizarro coronel Farriar. Estos valientes,
dignos compatriotas de los que pocos años antes se habían batido con tanta
serenidad en Waterloo, estuvieron sin cejar un punto sufriendo las descargas
enemigas hasta formarse en línea de batalla. Continuóse la pelea, y viendo que
ya estaban escasos de cartuchos, les mandé cargar a la bayoneta. Entonces
ellos, el batallón de Apure y dos compañías de tiradores, mandados por el
heróico comandante Héres, obligaron al fin al enemigo a abandonar la eminencia
y tomar nuevas posiciones en otra inmediata que se hallaba a la espalda.
De allí envió contra nuestra izquierda su caballería
y el batallón de la Reina, a cuyo recibo mandé yo al Coronel Vásquez con el
estado mayor y una compañía de la Guardia de Honor, mandada por el capitán Juan
Ángel Bravo, quienes lograron rechazarlos y continuó batiéndose con la
caballería enemiga por su espalda. Este oficial, Bravo, luchó con tal bravura
que se veían después en su uniforme las señales de catorce lanzazos que había recibido en el encuentro, sin que fuese
herido, lo que hizo decir al Libertador que merecía un uniforme de oro.
Los batallones realistas Valencey y Barbastro,
viendo que el resto del ejército iba perdiendo terreno, tuvieron que abandonar
su posición para reunirse al grueso del ejército. Corrí yo a intimarles
rendición, acompañado del coronel Plaza
que, dejando su división, se había reunido conmigo, deseoso de tomar parte
personalmente en la refriega. Durante la carga, una bala hirió mortalmente a
tan valiente oficial que allí terminó sus servicios a la Patria.
Reforzado yo con trescientos hombres de caballería,
que salieron pro el camino real, cargué con ellos a Barbastro y tuvo que rendir
armas: en seguida fuimos sobre Valencey que iba poco distante de aquel otro
regimiento y que, apoyándose en la quebrada de Carabobo, resistió la carga que
le dimos. En esta ocasión estuve yo a pique de no sobrevivir a la victoria,
pues habiendo sido acometido repentinamente de aquel terrible ataque que me
privaba del sentido, me quedé en el ardor de la carga entre un tropel de
enemigos, y tal vez hubiera sido muerto, si el comandante Antonio Martínez, de
la caballería de Morales, no me hubiera sacado de aquel lugar. –Tomó él las
riendas de mi caballo, y montándolo en las ancas de este aun teniente de los
patriotas llamado Alejandro Salazar, alias Guadalupe, para sostenerme sobre la
silla, ambos me pusieron en salvo entre
los míos.
Al mismo tiempo el valiente general Cedeño,
inconsolable por no haber podido entrar en acción con las tropas de su mando,
avanzó con un piquete de caballería,
hasta un cuarto de milla más allá de la quebrada, alcanzó al enemigo y al
cargarle cayó muerto de un balazo.
A tiempo que yo recobraba el sentido se me reunió
Bolívar, y en medio de vítores me ofreció en nombre del Congreso el grado de
General en Jefe.
Anécdotas de la Batalla de Carabobo.
El general José
Antonio Páez Herrera estuvo a punto de no sobrevivir en esa batalla. Fue
acometido por un ataque de epilepsia que lo dejó sin conocimiento en medio de
un tropel de enemigos y lo salva un llanero realista, el comandante Antonio
Martínez de la caballería de Morales. Tomó Martínez las riendas del caballo de
Páez y lo montó, en el anca de éste colocó a un teniente de los patriotas
llamado Alejandro Salazar alias Guadalupe para sostenerlo en la silla y es
devuelto a las filas patriotas en vez de hacerlo prisionero.
Actuación de Pedro Camejo “negro primero”[5]
En medio de la batalla, Páez ve salir a
un jinete, a quien reconoce y sin ocultar su asombro lo apostrofa diciendo
¡Tienes Miedo! ¿Acaso no quedan todavía enemigos? ¡Vuélvete y sigue
luchando! Al oír estas palabras, el
negro arroja por tierra su lanza de combate y pone al descubierto su desnudo
pecho destrozado, por donde sangran dos profundas heridas, y exclamó con voz
apagada ¡Mi General vengo a despedirme,
porque estoy muerto[6]! Cayéndose de
inmediato sin vida a los pies del General sobre el polvo revuelto. Después de
la batalla, Bolívar fue el primero en lamentar la muerte de este hombre
extraordinario.
La Torre arroja sobre la izquierda de
Páez todos los jinetes con el objeto de envolverlo. Pero Páez lanza contra
ellos la caballería de su Estado Mayor y una compañía de la Guardia de Honor, a
las órdenes de los impetuosos Vásquez y Juan Bravo. Este último, luchó con tal
denuedo y valentía que en su uniforme se lograban ver las 14 marcas de lanza
que había recibido, sin tener herida alguna, lo que hizo decir al Libertador
que “merecía un uniforme de oro”.
Páez y Plaza
vencen al batallón Barbastro con la mala suerte que muere este último, y lo que queda ahora es hacer rendir al
Valencey para ganar la Batalla, pero cuando Páez se disponía a realizar esta
hazaña le sobrevino un sorpresivo ataque de epilepsia, que hizo peligrar su
vida, de no ser por la intervención del comandante de aquel lugar, quien tomó
las riendas del caballo de Páez y montó en las ancas a su teniente patriota,
llamado Alejandro Salazar, alías “Guadalupe”,
para que lo sostuviera sobre la silla y lo pusiera a salvo en el flanco
patriota. Por la valiosa actuación de Páez en esta batalla, el Libertador lo ascendió
a General en Jefe. En esta batalla perdió la vida el General Manuel Cedeño.
Al verse perdido
los realistas, el Coronel Tomás García emprendió la retirada, huyendo para
Valencia.
A pesar de los
206 muertos y heridos graves, el triunfo del ejército venezolano fue completo.
Consecuencias del triunfo de Carabobo
La conclusión
inmediata de esta acción de guerra fue el aniquilamiento total del ejército
realista, que perdió, según el General La Torre, 2908 hombres, lográndose
salvar apenas 1171, los prisioneros de guerra ascendieron a 2000, produciendo
la pérdida de casi todas las provincias a excepción de Puerto Cabello y Cumaná,
la cual fue ocupada poco después por Bermúdez.
Es bueno
concluir afirmando, que los datos dados por el General La Torre fueron
alterados para poder justificar así su derrota, ya que difiere de los informes
hechos en Puerto Cabello, el 21 de Septiembre de 1821, por su Estado Mayor. De
este modo, el ejército realista había perdido en Carabobo 3.337 unidades. De la
tropa que actuaba en Caracas con Pereira, sólo 266 llegaron a Puerto Cabello, y
la tercera división que se hallaba en Nirgua, tuvo también una gran baja de
desertores. En Mayo de 1821 el total de las fuerzas realistas en Venezuela
ascendían a 10.282 hombres; el 21 de Septiembre del mismo año quedaron reducidos
a 3.134, lo que puso en evidencia la pérdida de su poder, en todo el territorio
venezolano a excepción de Puerto Cabello y Cumaná.
Para todos, la
mejor enseñanza de Carabobo, es la lección de la unión y la concordia. Las
grandes metas no se alcanzan sino con la unión. Su esfuerzo nos debe estimular
a trabajar, crear y avanzar en el perfeccionamiento de nuestras acciones
relativas a nuestro destino común: presente y porvenir.
Así como
Carabobo fue ayer la conjunción armoniosa de nuestros libertadores en una
suprema decisión de patria. Ahora nos toca cuidar, proteger y defender el
patrimonio moral y material de la Nación, conservando nuestros derechos,
garantías y libertades, recordando el sublime esfuerzo de Carabobo, cada día, conservando
el disfrute de nuestra democracia
Los monumentos
El conjunto
monumental que apreciamos en la actualidad en el Campo de Carabobo no fue
realizado en un mismo momento, sino que se construyó en diversas etapas en
1921, 1931 y 1936. Lo integran el Arco de Triunfo, el Altar de la Patria, las
Pirámides alegóricas de España y Venezuela, la Avenida de los Héroes, la Tumba
al Soldado Desconocido y lámpara votiva –como obras centrales- y los Monolitos
ubicados en diferentes sitios del campo.
Posteriormente se incorporaron la avenida monumental, el Monumento al soldado
venezolano, los medallones de los próceres y otras obras así como los jardines
creados especialmente para el lugar.
Fue decretado
Monumento Histórico Nacional (Gaceta Oficial N°26593, de fecha 3/7/1961) y
Sitio de Patrimonio Histórico, integrado por los monumentos, el espacio
geográfico de la batalla y las zonas de protección (Gaceta Oficial Nº 34.148 de
fecha 4/5/1988 y Gaceta Oficial Nº 37,170 de fecha 30/3/2001.
Arco de Triunfo
Fue diseñado por
Alejandro Chataing y Ricardo Razetti y construido por Razetti y Manuel Vicente
Hernández.
Se inauguró el
24 de junio de 1921, en conmemoración del primer centenario de la Batalla de
Carabobo.
Alcanza una
altura de 26 metros. Las esculturas y relieves fueron creados por Lorenzo
González, excepto el busto que simboliza la República, situado en la parte
superior, obra de Pedro Basálo. En la cúspide de las columnas están las
alegorías de la Paz, a la izquierda y la victoria, a la derecha. En el Medallón central por un lado está el
relieve de Simón Bolívar, el gran estratega del triunfo, y por otro el de José
Antonio Páez, héroe indiscutible de Carabobo. Las bases de las columnas están
decoradas con relieves que hacen alusión a dos fechas 1821 y 1921. Los de 1821
se refieren a momentos importantes del enfrentamiento, en uno Simón Bolívar en
el cerro Buenavista y en otro, Páez y Pedro Camejo. Los de 1921 son alegorías
de los tiempos de Juan Vicente Gómez: los problemas de la guerra y las secuelas
de la miseria, el otro simboliza la paz, el trabajo, la agricultura y la
industria en tiempos de paz.
Está ubicado al
oeste del Arco de Triunfo, en el glorioso Campo de Carabobo. Fue diseñado por el
escultor sevillano Antonio Rodríguez de Villar[7],
para conmemorar la batalla que selló la Independencia de nuestro país en el
Campo de Carabobo.
Su gran
preocupación era que el Monumento debía convertirse en
el protagonista de aquella inmensa sabana.
Una vez
finalizada la maqueta fue presentada al General Gómez, Cuando la vio, comenzó a
dar vueltas alrededor de la mesa, y sin apartar la mirada del trabajo, exclamó:
“Esto es lo que yo quería. Me gusta”.
Al ser aprobada,
viaja Caracas para firmar y legalizar el contrato con el Gobierno; la suma
acordada fue de un millón de bolívares, con ese dinero debía él buscar un
taller de fundición, costear los gastos de la elaboración de la totalidad del
monumento y los traslados de las esculturas a Venezuela. Para ese momento no
existía un taller que pudiera vaciar obras de heroicas proporciones; ante tal
incertidumbre decidió oír a un amigo escultor que le recomendó dirigirse a Florencia,
y allí contrató a la Fundición Vignal que
se comprometió a realizar parte de la obra, ya que el tiempo era un factor
esencial para la ejecución del Monumento; en Barcelona, España, encontró otro taller
que se encargó del trabajo restante.
Se inaugura el
17 de diciembre de 1930, al cumplirse el primer centenario de la muerte del
Libertador.
“Camino
hacia el Monumento, se encuentran una serie de bustos que representan a los más
importantes jefes y oficiales que participaron en la Batalla.
El
monumento descansa sobre un pedestal rectangular y posee dos alas laterales de
bases rectangulares. En la parte superior del pedestal del centro se encuentra
una estatua ecuestre de El Libertador, conducido por El Genio y La Gloria y
apoyado sobre un grupo de vencidos.
Las
dos estatuas ecuestres, a la derecha de El Libertador son los generales José
Antonio Páez y Santiago Mariño; a la izquierda el General Manuel Cedeño y el
Coronel Ambrosio Plaza.
En
la cara anterior del pedestal central está la alegoría del Altar de la Patria
representado por una escalera de siete peldaños con una estrella de bronce en
cada uno, símbolo de las siete provincias que constituían la Capitanía General
de Venezuela. A continuación de las escaleras, se encuentra una lápida de
piedra y luego, sobre una base semicircular tres esculturas femeninas de pie,
una representa a la raza española, otra a la indígena y la central, que se encuentra
abrazando a ambas es la raza iberoamericana, la nueva raza.
En
las dos alas laterales hay dos relojes de bronce; el que está a la derecha de
El Libertador indica, con espadas, la hora de comienzo de la Batalla y el de la
izquierda, con laureles, la hora de la victoria.
Una
estatua pedestre en el primer plinto a la derecha, simboliza la Independencia,
levanta una espada corta en actitud de defender la obra de los héroes de
Carabobo y apoya la mano izquierda en un escudo símbolo de la fortaleza. La
estatua pedestre a la izquierda de El Libertador, simboliza La República,
levanta, en su mano izquierda, la antorcha de El Progreso y apoya su mano
derecha en una espada, símbolo de La Potencia.
Los
altos relieves representan distintos momentos de la Batalla.
A izquierda
y derecha del monumento central se encuentran dos estatuas, dos leones
laterales y los escudos de Venezuela y España en mosaico veneciano, que rematan
en un cóndor de bronce con las alas desplegadas: una de ellas representa a
Venezuela y la otra a España”[8].
[1] Después de la capitulación de Francisco Tomás
Morales en Maracaibo, el 3 de agosto de 1823, y la toma de Puerto Cabello por el
General José Antonio Páez Herrera, el 8 de noviembre de aquel mismo año, el
voluminoso archivo de éste ejército, fue llevado a Cuba, luego lo
trasladan a España y lo depositaron en
el Archivo General de Indias, en la sección correspondiente a Cuba, por ser
enviado desde esta isla. Forman los Legajos 758 a 887; 896 a 920 y 2270 a
2316).
[2] Ídem, pág. 33
[3] Archivo del General Miguel La Torre, legajo 21, fol.
73.
[4] AGI. Cuba, leg 910 A, 910 B, 911 A y 911 B.
[5] En la obra del historiador José Manuel Groot,
titulada Historia de la Gran Colombia, tercer volumen, página 122, en nota al
pie de página describe: Pérdidas notables
del ejército Libertador: el General Cedeño, el Comandante Mellado, que mandaba
los dragones de la Guardia de Páez, el General Ambrosio Plaza y el Teniente
Camejo, alias El Negro Primero, llamado así
por los llaneros, porque era, según su expresión, el primero que mojaba
la cuchara. Los llaneros llaman así a la Lanza. En efecto, no es lo mismo llegar
de primero al combate, que mojar la cuchara de primero, es decir,
mojarla en sangre, cual es la intención popular y maliciosa de esa expresión
llanera.
[6] Este es una frase celebre, que el
escritor Eduardo Blanco imagino oír en
el Campo de Batalla en Carabobo, para darle proyección histórica.
[7] Nacido el 24 de septiembre de 1880,
[8] C.F.: El
Farol,1966, 14, y https://antoniorodriguezdelvillar.blogspot.com/2009/
por Arístides Ureña Ramos
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